"Quien piense que por el simple hecho de
acostarse con una mujer ya tiene derecho a entrar en su vida está muy
equivocado y, o es un ignorante, o es un imbécil. Yo he pasado por eso muchas
veces (o suficientes veces como para terminar aceptando la realidad más
incómoda: que, en la mayoría de los casos, no era más que un ser
insignificante, otro nombre en la lista), y sé que no dedo esperar nada del
sexo en un terreno que no sea el terreno sexual. Al mismo tiempo también sé que
esta verdad tan obvia resulta igual de opaca para algunas mujeres, que piensan
que por el hecho de haber entrado en tu cama, ya tienen vía libre para husmear
en todos los recovecos de tu vida. Algunas mujeres valoran mucho el sexo y algunos
hombres valoran mucho el sexo y aunque cada grupo parta de un supuesto distinto
(radicalmente distinto), el resultado es siempre el mismo: decepción y
confusión, un estado de insatisfacción que les resulta incomprensible y una
inquietud desconcertante que se puede resumir en una pregunta: “¿Y ahora qué?”.
Pues bien, desde mi modesta experiencia
(y lo de modesta no lo digo por vanidad, sino porque mi experiencia en este
punto es verdaderamente limitada), la única forma de salvar esa terrible
travesía que supone las primeras horas en la vida de una pareja es hablar o
dejar hablar. Y que conste que digo “hablar o dejar hablar”, no ambas cosas a
la vez, pues, contrariamente a lo que se piensa, hablar y dejar hablar no son
actividades simultáneas, ni siquiera, a veces, son actividades compatibles. Y,
ya puestos, conviene aclarar también que he utilizado la expresión “primeras
horas de la vida de una pareja” porque me estoy refiriendo únicamente a los
casos en los que el hombre o la mujer acuerdan de modo tácito que lo que han
hecho hace un momento, el sexo compartido, sea cual haya sido el resultado de
esta experiencia, es sólo el punto de inicio de una relación entre dos
personas. Esto no ocurre todas las veces. Pero ocurre más veces de las que
debería ocurrir. Me explicaré... Puede suceder, por ejemplo, que uno de los dos
considere que todo ha concluido, pero por un extraño escrúpulo o por cualquier
otro motivo prefiera ocultarlo a su compañera o compañero. O puede suceder que
los dos piensen lo mismo pero no se decidan a revelarle al otro sus
pensamientos. En ambos casos el fruto de ese silencio innecesario y nocivo es
alargar durante un tiempo, ya sean días, semanas o meses una relación que ha
nacido muerta y que jamás va a resucitar.
¿Por qué me detengo en estas
observaciones que parecen tan elementales? Todos deberíamos detenernos en estas
observaciones que sí, son elementales, por supuesto, pero también son
tremendamente importantes, todo el futuro de nuestra relación, toda nuestra
futura dicha o desgracia depende de ellas. Pero qué poco nos paramos a pensar.
Salimos de la cama y ya estamos haciendo planes. Planes de huida o planes de
construcción, pero planes individuales, planes secretos, planes que no
confesamos a nuestra pareja. ¿Y para qué? ¿Acaso nos creemos tan fuertes como
para edificar algo o hundir algo sin la intervención del otro? Lo primero que
deberíamos hacer sería hacernos un examen de conciencia. Fríamente preguntarnos
qué buscábamos la noche anterior y qué vamos a hacer ahora que lo hemos obtenido.
Las cosas, bajo la cruda luz del día, se ven de otro modo. Y después, una vez
que hayamos sido verdaderamente sinceros con nosotros mismos, deberíamos actuar
en consecuencia. Y que conste que digo “actuar”, no digo “hablar”. Porque si
decidimos, por ejemplo, marcharnos a nuestra casa, poco hay que hablar con el
otro. Y si decidimos quedarnos tampoco hay mucho que hablar, nos quedamos y en
paz. Lo que no deberíamos hacer es lo que solemos hacer (y yo soy el primero en
reconocer mis errores): no hacer ese examen de conciencia, y trasladar nuestra
confusión y nuestras dudas a la otra persona, esperando que ella o él nos
indiquen el camino a seguir. Ese error tan habitual, poner nuestra decisión en
manos de otra persona, casi siempre sale muy caro.
¿Qué suelo hacer yo? ¿Hablar o dejar
hablar? (Me refiero en el caso de que decida quedarme, no salir corriendo,
después de superadas mis propias dudas.)
Mi experiencia como marido me debería
invalidar para cualquier respuesta. Después de varios años de matrimonio uno
pierde cualquier interés por las palabras, ya sean oídas o declaradas por uno
mismo. El matrimonio es como la virginidad. Si se pasa por ahí, ya no hay
vuelta atrás. Por mucho que reniegues de ello. Pero de todas formas, puestos a
elegir, siempre es mejor dejar hablar que hablar. Olvídate de lo que quieras
saber tú y limítate a entender lo que te dice ella, que ya es mucho. Ese es mi
consejo.
¿Y bien? ¿Qué hice yo? ¿Qué le dije o qué
dejé que Laura me dijera esa mañana? Algunas mujeres tienen un repentino
interés en conocer tu vida. Te preguntan por las novias, amantes o mujeres que
has tenido. Quieren saber qué posición ocupan en la lista y que posición pueden
ocupar en el futuro. Quieren saber contra quien van a tener que pelear. Laura
no. Laura no era una de ellas. Estuvo toda la mañana y parte de la tarde en mi
casa y no preguntó nada que tuviera que ver con mi pasado sentimental. Ni
siquiera me preguntó por mi mujer, y eso que ella la conocía."
(Extracto de la novela del autor "Primer Premio")
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