domingo, 20 de septiembre de 2020

 



"VIDA DE PARADO"

(INTRODUCCIÓN, NUDO, DESENLACE)


"Vida de parado" es un texto y un diario fotográfico que escribí en el 2015. Desde el 2009 estaba en paro. Estar en paro no es "estar parado". Es decir, yo hacía muchas cosas, y en esos años pasaron muchas cosas, pero no tenía un trabajo como tal, y un "trabajo como tal" significa es una persona integrada en la sociedad, una persona que sale de casa todos los días, trabaja todos los días, gasta su dinero el fin de semana, y a final de mes tiene una nómina con un sueldo que le permite pagar las facturas. Eso último, si estás en paro, no lo puedes hacer, o es difícil hacerlo. Naturalmente al principio de estar en paro, yo cobraba el paro. Pero el paro a los dos años como máximo se acaba y luego me quedó, después de papeleo y papeleo y papeleo, una pequeña ayuda de 426 euros al mes. Esa ayuda no viene mal, el problema es cuando estás pagando una hipoteca que en mi caso era de más de 600 euros. Y el problema es cuando tu mujer también está en el paro (y ya no cobra nada) y tienes dos niños pequeños. Pese a todo el problema se soluciona encontrando trabajo, por supuesto, pero esos años no eran muy buenos para encontrar trabajo. Por ejemplo, te dicen... "pues estudia una oposición", y tú dices pues sí, voy a estudiar una oposición... Pero si luego el gobierno de tu comunidad, o el ayuntamiento, o la administración que sea, no convoca oposiciones, pues lo tienes mal para aprobar esa oposición que te salvará a ti y a tu familia de acabar en la calle. Y lo de acabar en la calle es algo bastante real cuando no puedes pagar la hipoteca...

En fin, a lo que vamos, lo que quería decir es que en el 2015 escribí un texto bastante largo (unas 70 hojas) contando como era mi vida de parado, y entre las hojas metí muchas fotos, y luego metí un anexo con otras muchas fotos... ¿Fotos de qué? Pues fotos de cómo era mi vida por entonces... Y mi vida por entonces es era la de un parado que busca trabajo, un opositor que estudia oposiciones para algún día futuro (no sé sabe cuándo...) y sobre todo, un padre de familia, porque los niños era una cosa de la que te tenías que ocupar todos los días, y daba igual si estabas deprimido o no, y daba igual si estabas enfermo o no, los niños te daban mucho trabajo todos los días. Por suerte mi mujer también se ocupaba de ellos. Llevarlos al colegio, llevarlos al médico, comprarles todo lo que les hace falta, apuntarlos a algún deporte (si se puede), llevarlos a los cumpleaños de sus compañeros de clase... Todo eso implicaba una vida social, y por tanto que más pronto o más tarde alguien te preguntara por tu trabajo, o simplemente tener que oír hablar a los demás de su trabajo, además de oír hablar a los demás de cosas como "Es que la gente cobra ayudas y no quiere trabajar". Sí, cosas que me han dicho a mí en persona, sin saber que yo era uno de esos supuestos ciudadanos egoístas que no quieren trabajar porque viven de puta madre con una ayuda... ¿Una ayuda de cuánto...?

Mi mujer y yo no lo tuvimos nada fácil, tampoco como pareja, porque dos adultos en paro, metidos siempre en casa, y con dos niños pequeños, más pronto o más tarde tienen que tener momentos de crisis. Eso llegó y eso paso. Y al final las cosas cambiaron. Entre medias pasaron muchas cosas, algunas malas, algunas buenas. Cuando escribí "vida de parado", mi mujer había encontrado un trabajo. Un trabajo peor que el trabajo que había tenido antes, pero que en su momento era casi un regalo del cielo (y no, no lo encontró porque buscó mucho, no lo encontró porque no se rindió, lo encontró POR PURA CASUALIDAD, y esto quiero que quede muy claro...). Sin embargo, yo, aunque oficialmente era un parado, no me sentía para nada un parado. Y no se trata de aceptar o no tu situación, porque tu situación no la acabas de aceptar nunca, se trata de que hacía muchas cosas, publicaba muchos artículos, por ejemplo, y en algunos casos hasta me pagaban, y claro, no pagaban mucho ni vivía de mis artículos, pero me ayudaban a no sentirme una persona integrada en la sociedad, que había algo útil (o más o menos útil) y que por tanto podía caminar por la calle sin tener que bajar la mirada e ir teniendo que pedir perdón por existir. No, no exagero. Y esto es machismo, pero para un hombre el estar en el paro y no "llevar dinero a casa", es muy duro. Y uno se da cuenta hasta que punto es inconscientemente machista en momentos como éste.

Curiosamente, aunque el texto de "vida de parado" lo escribí únicamente para mí y para mi mujer, al final lo enseñe a varios amigos (más que nada porque salían en algunas fotos), y les gustó. Ellos me animaron a publicarlo, cosa a la que me negué en redondo. Pese a todo, no para publicarlo, sino porque quería saber su opinión profesional, se lo envié a varios fotógrafos y a varios editores. Muy pocos, solo tres fotógrafos y tres editores. De los fotógrafos increíblemente contestaron dos, y no me lo esperaba, porque eran fotógrafos muy buenos, premios nacionales de fotografía, gente con una reputación impresionante, dos de los mejores fotógrafos del país y con los que, increíblemente también, he mantenido contacto hasta hoy día, lo cual demuestra que hay gente con gran talento y que además tienen una gran humanidad, la humanidad necesaria para contestar a un email de un tipo que no conocen de nada, porque yo por entonces no los conocía de nada, y para molestarse en ver el archivo adjunto que les envían. Eso dice algo positivo de por lo menos algunos seres humanos. Increíblemente también los tres editores contestaron. Los tres me dijeron que les había gustado el texto y que estaban pensando en publicarlo (aunque era un texto difícil de publicar, y haría que hacer algunos cambios y... ). Les dije que no quería publicarlo. Era muy intimo. No era un texto que había escrito para publicar. No quería hacer ningún cambio. No quería tocar ni una coma. Ellos no insistieron, cosa que me pareció estupendo, y el texto no se publicó. Ni se publicará. 

Pese a todo quiero rescatar las fotos que hice en esa época. Y para recuperar las fotos de esa época tengo que recuperar el texto, porque como me dijo uno de los dos fotógrafos que leyó el texto y vio las fotos que había intercaladas entre las hojas: "lo que más me gusta es que cuanto más duro es lo que cuentas, más alegre pones la foto". Y sí, una foto de unos niños jugando tiene más valor cuando se sabe lo mal que lo están pasando los padres en ese momento, y cuando se ve lo inocentes que son los niños, que simplemente juegan y no entienden las preocupaciones de los mayores, ni se pueden imaginar lo frágil que es el mundo sobre el que ellos viven. Si ves la foto de unos niños de excursión a la playa y no sabes que la casa en la que viven dentro de una semana ya no será su casa y que tendrán que mudarse a otra ciudad para que allí sus padres traten de empezar una nueva vida, con permiso del banco que los tiene atados con una deuda que no pueden pagar, entonces no entiendes lo que significan esas risas y esa alegría de esos niños que juegan con otros niños cuyos padres están en una situación muy distinta, de otros padres que tampoco saben hasta que punto es mala tu situación, porque tú por vergüenza no has dicho nada. Aparentar normalidad, esa era una de mis obsesiones. Aparentar normalidad. Si te preguntan "¿Qué tal?", contestar con un tópico, no empezar a contar todos tus problemas, porque muy posiblemente el que te ha hecho la pregunta, realmente no quiere saber lo que pasa. ¿Y los niños? Pues lo niños ya se enterarán en el futuro de qué paso. Pero no ahora. Ahora son niños y tienen que ser simplemente niños... 

Como quería rescatar las fotos, y como las fotos no se entienden bien con el texto, opté por subirlo todo a mi blog privado. Así puedo controlar quién quiero que lo lea. Que nunca puede ser mucha gente. De hecho, solo quiero que lo lea la gente que lo puede entender, y sobre todo la gente a la que le puede hacer falta leerlo. Porque luego otros amigos míos o otros conocidos se han quedado en el paro, porque ahora mucha gente se está quedando en el paro. Y porque como digo mi mujer: "eso les puede servir para no sentirse solos, para ver qué lo que les pasa es algo normal". Si esto puede ayudar a alguien, aunque sea poco, pues creo que debo dejar que lo lea. Pero me produce un horror inmenso pensar que esto lo puede leer cualquiera. No me pasa con muchas cosas de las que escribo. Pero cuando me pasa, me resisto todo lo que puedo a enseñarlo, aunque piense que lo tengo que enseñar.


De manera que voy a poner aquí solo algún pequeño trozo del texto, y solo unas pocas fotos. Pero vuelvo a decir que en el blog privado está el texto completo, con bastantes fotos, no con todas. Si lo considero oportuno, algún día, cambiaré el sistema y será más fácil que esto llegue a los lectores, pero de momento este es mi límite: hay que pedir permiso para entrar al blog, vía DM por Twitter, y así yo controlo quién lo lee, o quien lo puede leer si quiere leerlo. Y esto es simplemente un aviso, un pequeño aviso. Pero ya me está costando mucho hacerlo.




















































TEXTOS/FRAGMENTOS/EXTRACTO:



(…)

Mi primer hijo. Para algunas parejas casarse y tener hijos es lo más normal. Para otras simplemente tener hijos. Para otras no tenerlos. ¡Hay tantas cosas que no se dicen sobre la maternidad y sobre la paternidad! ¡Tantas cosas que interesa tener ocultas! La presión social, por ejemplo. ¡Qué poco se habla de la presión a la que se ven sometidas las jóvenes parejas! ¿Y si al final, los tienen, por el motivo que sea, están preparados para lo que se les viene encima? No. Nada de eso. La sociedad no te prepara para eso. Ni la educación oficial ni la educación extraoficial, la de la calle, la de las costumbres y las normas sociales no escritas pero acatadas por todos. Los hijos son uno de los motivos principales por los que se rompen las parejas. Los hijos no unen, separan. Pero yo no voy a establecer teorías, ni buscar explicaciones generales. Sólo voy a contar mi historia.


(…)

Sí, los hijos son maravillosos. Pero con ellos se acabó la tranquilidad. Se acabó si es que alguna vez hubo tranquilidad, que ya es demasiado suponer. El hijo supone que tú pasas de ser de hijo a padre, y supone que todo el mundo debe o debería tratarte como tal. Y ahí empiezan a veces los problemas, porque tus propios padres, tu propia familia, se mete donde no debería meterse. ¿Qué pasa si tu hijo no gana suficiente peso? ¿Pero quién dice cuál es el peso suficiente, la abuela o el pediatra? ¡Qué pasa si tu hijo no se coge bien al pecho? ¿Qué pasa si tú no quieres bautizar a tu hijo, o no consideras que eso es importante, cuándo vienes de una familia extremadamente católica? Y así hay un montón de preguntas, un montón de conflictos que se suman a los conflictos y discusiones que tienes tú con tu mujer por otros motivos. Y todas las parejas discuten, todas acaban discutiendo, hasta las que jamás habían tenido ni una sola discusión. Y eso sólo es el principio. A veces piensas que te has metido en una pesadilla de la que ya no podrás salir nunca. A veces piensas que has cometido un error, que eso no te va a ti, que tú no tienes madera de padre, pero eso ya no tiene remedio. Te puedes divorciar. Pero seguirás siendo padre. Otras veces te parece bien, te parece estupendo, te sientes en armonía con tu vida. Crees que has hecho lo que querías. ¿Lo que querías o lo que debías? ¿Acabarás siendo uno de esos maridos que no pisan la casa nada más que para dormir? ¿Qué después del trabajo se van al bar y no suben a su casa más que cuando tienen la cena puesta y los niños ya casi metidos en la cama? No, tú no quieres ser eso. Ni quieres ser como tus padres. Es decir, ni quieres cometer los errores y los defectos que criticabas de ellos. Tú quieres hacerlo bien. Quieres cambiar pañales, quieres darle el biberón, quieres ayudar a tu mujer. Sí, ¿pero todos los días? Porque esto no es un juego, no es una experiencia que dura un tiempo y luego todo vuelve a ser como antes, como tu antigua vida. No. Nada de eso. Tu vida ya nunca más será como tu antigua vida. Has cruzado una línea que no tiene vuelta atrás. Y lo has hecho a ciegas. Todos lo hacen a ciegas. Y cuando te das cuenta es como si te tiraran un chorro de agua fría a la cara. Como el amor romántico, como las ilusiones que uno pone en el trabajo, o en la política, o en lo que sea. Vivimos pensando que la vida será otra cosa. Y la vida nunca es lo que pensamos que será.

Paul Auster cuenta que cuando un amigo suyo tuvo a su hijo recién nacido en sus brazos, lo único que pudo pensar es que algún día iba a morir. Sí. Nosotros sabemos que algún día vamos a morir, y no sabemos cuándo va a ser. Pero tenemos hijos. Y deseamos para ellos lo mejor. Queremos que sean felices. Que no sufran. ¿Es el amor una trampa de la naturaleza, que no tiene bastante con el sexo en el caso de los seres humanos? ¿Tememos hijos simplemente porque no tenemos más remedio, porque la biología nos obliga?  La realidad desnuda siempre es demasiado desnuda para nosotros.

Cuando nació mi primer hijo, una enfermera me lo dejó en mis brazos y se marchó. Me dijo que sería sólo un momento. Pero fueron los diez minutos más angustiosos de toda mi vida. Y pese a todo repetí. Y tuve otro hijo. Y otra enfermera me lo volvió a dejar entre mis brazos y se marchó. Y volvieron a ser los diez minutos más angustiosos de toda mi vida. Tenía mucho miedo, un miedo infinito. Y lo peor es que aún lo tengo. Un padre siempre tiene miedo, por mucho que lo tenga enterrado en el lugar más remoto que pueda enterrarlo.

¿Y sabéis cuál es uno de mis peores miedos? Que yo sea el causante de las desgracias de mis hijos. Que no sepa hacerles felices. Que no sepa cuidarles y ayudarles, ni hacerles independientes. Que no sepa protegerles pero que tampoco sepa hacer que sean felices. Que me lleguen a odiar. O que sientan pena por mí. Que cuando sean adultos, me reprochen todo lo que yo también reprochaba a mis padres. Que digan que no les entendí. Que digan que no les preparé adecuadamente para enfrentarse al mundo. Que digan que, sin querer (y eso es casi lo peor, porque es un daño totalmente involuntario) les jodí la vida.

No conozco a nadie que en algún momento no sienta que ha fracasado como padre. Muchos padres huyen para no enfrentarse a sus hijos (y hay muchas maneras de huir, la sociedad te ofrece unas cuantas). Tampoco conozco a ningún profesor que en algún momento no sienta que ha fracasado con sus alumnos. ¿Acaso es el fracaso lo natural en el ser humano? Gandhi, al final de su vida, cuando vio como los hindúes y los musulmanes se mataban salvajemente nada más conseguir la independencia de la India, ¿no pensó por un momento que todo lo que había hecho no había servido para nada, que había fracasado terriblemente? Yo creo que sí. ¿Se puede esperar algo de los hombres que no sea decepción y fracaso? No lo sé. Lo que sé es que seguimos teniendo hijos. Y seguimos enfadándonos con ellos, y gritándoles, y presionándoles. Y he escuchado a padres arrepentidos por ello, padres que han llegado a decir “maldita sea la hora en que te tuve” o “maldita sea la hora en que me casé con tu madre”. Y lo peor es que tú puedes acabar siendo uno de ellos. Más fácilmente de lo que te piensas.


Hace ya tiempo escribí un texto acompañado de unas fotos que se publicó en una revista digital con el título de “Los padres modernos”. Hablaba de los padres a los que la crisis ha empujado a la casa, mientras que la mujer tiene la suerte de trabajar. Y del cambio de roles que eso supone. El texto es éste:


Un padre siempre está pendiente de sus hijos. Se habla mucho de ser madre. Pero… ¿Y ser padre, dónde queda? Antes, mejor o peor, las cosas estaban más claras. Un padre ocupaba siempre el segundo lugar. La madre era el ser primario, el padre gravitaba a su alrededor, aparecía y desaparecía. Su opinión se reservaba para los “asuntos más serios”. ¿Y hoy? ¿Cuál es el lugar del padre hoy?

Aquí tenemos un padre. Vigila de cerca. Pero nunca demasiado cerca. ¿Se puede proteger sin agobiar? ¿Se puede enseñar sin equivocarse? ¿Qué hará cuando su hijo se pelee con otro? ¿Cuándo se caiga y se haga una herida en la rodilla? Un padre no deja de hacerse preguntas. La madre le lleva siglos de ventaja. Él viene de la oficina y el bar, de la carretera y el almacén. Ahora le toca la casa y los niños. Tendrá que ser rápido y no titubear. Un padre mira al mar mientras los niños juegan. Y piensa…

Piensa en la madre, que ahora es la que está en la oficina, viajando, hablando con clientes. Y luego llama a casa por la noche, para ver cómo van las cosas. Un padre pasa el informe. Quiere hacerlo bien. Un padre ahora es más padre que nunca. Los niños juegan.


Y las fotos que lo acompañaban eran fotos que tomé en un cumpleaños en la playa de El Saler.


Ese texto era mi primer intento, un poco cobarde, de afrontar la realidad, de aceptar la nueva situación, el nuevo “status quo”. Cuando me quedé en el paro lo primero que pensé: “Lo siguiente será el divorcio. Y eso será lo mejor”. Quería irme. No sólo irme de mi familia, sino irme de mi país. Quería empezar otra vida en otra parte, pero muy lejos. Quería no volver a mi casa en varios años. No ver a nadie conocido. Estar completamente solo. Y volver a vivir o morirme. Pero yo solo. Sin cargar con nadie. Sin culpar a nadie. Tuve una depresión terrible. Pero antes de perder el trabajo ya estaba mal. Así que pensé que eso era una señal. O cortaba por lo sano o todo se iba a ir a la mierda. Y quería hundirme solo. No merecía otra cosa.

Mi mujer me decía que “era como una fiera enjaulada” y me reprochaba que siempre estaba de mal humor. Discutíamos mucho. No me fui a Londres a limpiar hoteles ni a la Patagonia a hacer algo muy diferente a lo que había hecho hasta ahora. Me quedé en “arresto domiciliario”, me quedé “contra mi voluntad”, me quedé “obligado por las circunstancias”. En realidad podía irme o podía quedarme, pero yo no hice ninguna de las dos cosas, mi mente se iba, mi cuerpo estaba allí. Estaba y no quería estar. No quería estar pero era incapaz de irme. No se puede estar entre dos tierras, cuando la tierra de tus pies no para de separarse. Me iba a tragar el abismo. Nos iba a tragar a todos. Durante un año no hice ni una foto, no escribí nada. No tenía ganas de levantarme de la cama. No tenía ganas de hacer nada. Estar en el sofá viendo la tele, estar solo. Mis hijos, muy pequeños, no entendían porqué papa siempre estaba de mala leche, porque no les hacía caso, porqué nunca quería jugar con ellos. Vivíamos en un pueblo del norte de Alicante. Teníamos un piso, teníamos una hipoteca. Mi mujer también estaba en el paro, pero ella no cobraba un duro. Yo pensaba que había que vender el piso y volver a Valencia. Volver al refugio de la familia. Eso era horrible, pero quedarse era un suicidio.

Mi mujer quería aguantar. No quería perder el piso. No quería tener que cambiar otra vez de vida. Mi hijo empezó el colegio allí. Pero a los pocos meses pudimos cambiarlo a un colegio de Valencia. El piso se puso en venta pero no se vendió. Lo tuvimos que alquilar. Y el alquiler era una solución muy mala. Era una continua fuente de problemas y de preocupaciones y ni siquiera podíamos pagar la hipoteca. Pero el piso no se vendía. Y nosotros bajábamos el precio y nada. Y volvía a discutir con mi mujer.

Ella también lo pasaba mal. Ella aguantaba como podía. Al final nos culpábamos el uno al otro. Era inevitable. Sin querer hacer daño, nos hacíamos daño, mucho daño. Intentábamos que los niños estuvieran bien, que no les faltara nada, que fueran felices, que no tuvieran ni idea del infierno que nosotros estábamos pasando. “Que por lo menos tengan infancia, una buena infancia”, dijo mi mujer. Tenía razón.


(...)

En la tele escuché a uno de esos que vienen a darnos consejos, uno de esos enviados por alguna organización de esas que garantizan la paz mundial, el orden internacional, que traen el progreso y la felicidad a la humanidad. El buen señor soltó algo así (cito de memoria, perdonadme) como: “Los parados tienen que trabajar. Si no trabajan pronto se vuelven vagos”. Sí, una gran frase. Pero se quedó corto, tenía que haber añadido algo como: “Y encima luego quieren cobrar ayudas y subsidios, quieren vivir del Estado, quieren que les paguemos por no hacer nada”. Sí, sí, lo sabemos. Los parados son todos unos vagos. Se pasan todo el día en pijama. Si salen de casa es sólo para ir al bar a tomarse unas cañas, leer la prensa deportiva y contar chistes verdes con sus amigotes. Y todo eso subvencionado por el Estado, como si el Estado no tuviera nada mejor que ir pagando cervezas a los parados.

(...)

El otro día fui a una de esas oficinas de empleo (bueno, lo mismo ya les han cambiado el nombre y no se llaman así). Yo lo llamo simplemente “ir al paro”. Temía cita para una entrevista. Otra entrevista. Casi cada mes tengo una entrevista. Me volvieron a pedir unos papeles que ya me habían pedido unas cinco veces. “Ya los tenéis, se los di a una compañera tuya, una de esas de la otra habitación”, contesté (no lo dije así tal cual, fui todo lo correcto que pude). “No, ese otro lado es nacional, este lado es autonómico, no cruzamos los datos, las fotocopias, los certificados, todo el papeleo me lo tienes que volver a dar a mi”. Me contestó mi entrevistadora. En las oficinas municipales pasa lo mismo. Pero lo que yo no sabía era que la oficina donde yo iba estaba dividida por un muro invisible. Todos los días se aprende algo.

¿Y cómo fue la entrevista? Muy bien. Como siempre. Con mi tipo de ayuda tengo que demostrar que estoy buscando “activamente” empleo. Y yo lo demuestro. Por supuesto

que lo demuestro. La conversación duró unos cinco minutos. Intentaré reproducirla:

–Ella (era una chica, una chica joven, hablaba con voz suave y neutral): ¿Y cómo estás?

–Yo: pues bien, bastante bien (no conviene decir “muy bien”, que es sospechoso, pero desde luego jamás, jamás de los jamases hay que decir “mal” o “jodido, si dices eso te meterán en una sala oscura y no volverás a ver la luz nunca).

–Ella: ¿Y has hecho algo? ¿Has mirado la página de internet que te dije?

–Yo: Claro, claro. Por supuesto. Está muy bien. Había cosas interesantes.

–¿Has enviado algún currículum?

–Sí, claro, por eso no será (¿Cuántos llevo enviados?, ¿mil?, ¿dos mil?, jamás nadie a contestado a ninguno).

–Bueno, pues te doy fecha para la próxima entrevista. ¿Te viene bien…?

–Sí, sí, me viene bien (Nota importante: siempre, siempre, te tiene que venir bien la

fecha que te den, un parado no tiene excusas, está todo el día en casa tocándose los cojones, todo el mundo lo sabe).

Y ya está. Se acabó la entrevista. Firmo el papelito de turno (si no lo firmo no me pagan) y me vuelvo a casa. Andando tranquilamente. Un parado nunca tiene prisas.

¿Le explico a esa buena señora qué hago? ¿Le explico que me falta tiempo? Que tengo que llevar a los niños al colegio, que recoger a los niños del colegio y llevarlos a las

revisiones médicas o al dentista o a donde sea. Que tengo que poner lavadoras y lavaplatos y limpiar la casa, y luego sentarme a estudiar oposiciones y luego escribir

algún artículo (sobre todo para las revistas que pagan, los artículos para las revistas que no pueden pagar, aunque les gustaría, los tengo que dejar para otro día), y enviar los

libros inéditos a las editoriales y los concursos. Y luego todo lo demás… Tengo que ir a ver a mis padres y hablar con mi mujer cuando ella vuelve del trabajo, y hacer otras muchas cosas insignificantes y sin importancia (como ir al banco, pagar mis impuestos, tirar la basura donde toca…), eso que los que trabajan también hacen, desde luego. Pero que quede una cosa clara: Estar en el paro no es estar parado. Yo estoy tan ocupado como cualquiera.
































(blog privado)







































lunes, 17 de agosto de 2020

 


Everybody hurts, REM

 

Todavía estábamos en Losing my religion

Pero ya sabíamos que Everybody hurts.

Olas contra los pórticos

del paseo que sube desde la estación.

Tu cuello frio y mi mirada muda.

Tu cuello mudo y mi mirada fría.

Todavía ni habíamos llegado al concierto

y ya estaban tocando la canción del entierro.

Será hermosa música que nunca podremos escuchar.

La canción que nos cantaban las brujas niñeras en la cuna

y que luego perdimos y siempre buscamos.

Será hermosa música sobre tu cuello fino y mi mano torpe.

 

Olas furiosas en la larga avenida

cuerpos que caminan hacia la última canción

y doblamos la esquina para ver qué la plaza está vacía

y en el suelo alguien nos ha dejado una flecha que nadie ve

porque está pintada con un color que solo tú y yo podemos ver.

Olas furiosas en la larga avenida

cuerpos que caminan hacia la última canción

y doblamos la esquina para ver qué la plaza está vacía

y en el suelo alguien nos ha dejado una flecha que nadie ve

porque está pintada con un color que solo tú y yo podemos ver.

 

 

No habíamos llegado aún a Everybody hurts

aunque ya sabíamos que si algo te quema

es que aún estás vivo.

Sí, mi amor, mi amor bastardo, mi amor enfermo,

mi amor parásito, mi amor mohoso, mi amor descompuesto, mi

amor inyectado en vena, ¿pero no decían que esto subía despacio?,

mi amor carcomido

con gusanos poetas y ratas licenciadas, sí, mi amor muerto,

mi amor abortado, sí, te escucho, claro que te escucho,

y canto, canto contigo, en la noche honda, en la plaza sucia,

sin pisar los vasos rotos, volando por encima de escaleras mecánicas

que nunca uso nadie jamás.

 

Olas furiosas en la larga avenida

cuerpos que caminan hacia la última canción

y doblamos la esquina para ver qué la plaza está vacía

y en el suelo alguien nos ha dejado una flecha que nadie ve

porque está pintada con un color que solo tú y yo podemos ver

que solo tú y yo podemos ver

que solo tú y yo podemos ver

que solo

que solo

que nadie nadie nadie nadie nadie nadie

nadie que no tenga tus ojos que comen

tus ojos que se comen a mis ojos

nadie que no haya sido comido por tus ojos

nadie puede ver.

Nadie puede ver.

 

No habíamos llegado a Everybody hurts

y no nos podíamos herir más.

Sin armas ni gritos

sin manos ni palabras

Y todo el daño estaba hecho.

Y no podía existir mayor dolor en el mundo.

 

Olas ruidosas en la calle empinada

que subía de la estación.

El tren en la vía, esperando su momento

El beso en la pistola, esperando el regreso de la lluvia

esa lluvia que borraría la flecha,

que nos dejaría atados al futuro en un barco a la deriva

atados frente a la catarata que ya ruge,

aunque la lluvia nos la tape con su mortaja.

 

Aún estábamos en Losing my religión

y ya sabíamos que la bala que nos esperaba

era tan vulgar como cualquier bala

y que eso era lo más insoportable de todo.

 

Olas furiosas en la larga avenida

cuerpos que caminan hacia la última canción.

 

 

martes, 7 de julio de 2020