lunes, 26 de febrero de 2024

 









El jueves a las cuatro de la tarde una de las profesoras de mis hijos estaba reunida con sus compañeros en una evaluación “online”. Las evaluaciones pueden ser “online” o presenciales, depende del instituto, como los claustros. Incluso, dentro del mismo instituto, a veces haces la reunión “online” y otras veces presencial en el mismo curso. El jueves por la tarde, a las cuatro de la tarde, esta profesora estaba confirmando (o cambiando), la nota de sus alumnos. Normalmente las segundas evaluaciones se hacen más tarde, en marzo, pero en el caso de segundo de bachillerato, como el curso es muy corto, en algunos institutos adelantan la evaluación. No sé que dijo o que no dijo, no sé si la reunión se alargó mucho o no, pero a las cinco y media de la tarde esa profesora había acabado la evaluación. 

Yo siempre prefiero las evaluaciones “online”. Si llegas al instituto a las ocho de la mañana y tu horario de ese día es hasta las dos de la tarde, te puedes ir a casa a comer. Generalmente el instituto está lejos de tu casa, pocos son los afortunados que lo tienen cerca. Por ejemplo: el año pasado yo tenía mi instituto en Sagunto. Según el día (y el tráfico) podría tardar una hora en llegar. No es lo mismo acabar tus clases y volver a casa, comer tranquilamente, ponerte un chándal o un pijama, ver un poco la tele en el sofá y luego conectar tu ordenador a la hora que te toca tu evaluación, que estar en el instituto dando vueltas hasta las nueve de la noche (que hay días que no acabas antes), y luego aún tener que conducir un buen rato hasta casa. Trabajas lo mismo, porque las evaluaciones se hacen igual, pero te cansas menos, y eso, si se repite varios días, que es lo que suele pasar, hace que llegues al viernes con más energía para dar tus clases. El año pasado, volviendo al ejemplo anterior, las semanas que me tocaba evaluación se hacían muy largas y pesadas. Por eso yo prefiero, si me dan a elegir (no pasa nunca, lo decide Dirección), siempre las “online”.

Mientras escribo esto veo en la tele que “los reyes están a punto de llegar a la zona cero” No hace falta que me expliquen a qué “zona cero” se refieren. Agradezco su gesto, como el de todos los políticos (bueno, el de todos no, pero ahora no voy a hablar de eso), pero por mí se pueden ir tranquilamente a su casa. Creo que esta mañana estaban en Barcelona, en un congreso. Estarán cansados, no hace falta que vengan a hacerse una foto delante de la finca. Eso no va a cambiar nada. Con un comunicado lamentando lo sucedido es suficiente. Sí, es parte de su trabajo, lo sé. Pero a mí no me hace falta saberlo. ¿En qué me ayuda verlos ahí plantados? Y además siempre rodeados de políticos que aprovechan para hacerse otra foto. Sí, al final lo que queda es la foto. Siempre la foto. Ninguna foto va a servir para nada.


Las notas de mi hijo mayor ya se pueden ver en la web de la Generalitat. Esa profesora que estaba reunida telemáticamente el jueves por la tarde con sus compañeros de instituto, una hora después, cuando mi mujer me envió esta foto, ya estaba muerta. Estaba muerta en su casa. Los padres que ven las notas de sus hijos, saben, todos saben, el dirección envió un comunicado, que una de esas notas la puso una profesora que un rato después tuvo una muerte horrible. Una muerte espantosa, en su propia casa. Repito: en un sitio en teoría es “seguro”. Uno no piensa que su casa se va a quemar. Pero menos aún piensas que TODO EL EDIFICIO se va a quemar. Y se va a quemar tan rápido, con tan poco tiempo para escapar.

No quiero saber los detalles. Cuando mi mujer me pasó la foto no me lo podía creer. Ella ha vivido en esa calle, justo al otro lado de la rotonda, hasta que se casó. Allí vive todavía su madre. Mientras los tertulianos comentan otra vez (¡otra vez más!) cuál fue la posible causa del incendio, y de paso me informan de que el rey “lleva una corbata negra” y que la gente le está aplaudiendo (¿aplaudiendo por qué, por mostrar solidaridad?), pienso que cómo será volver a pasar por ahí, cuando vayamos el sábado a comer a casa de su madre, con mi mujer y mis hijos. 

Yo he visto construir esa finca. Eso era huerta. De novios, mi mujer y yo sacábamos a pasear a su perro por estas huertas. Era un barrio muy tranquilo. Luego llegaron los yonquis. Los enviaban ahí para que los dueños las casas de la huerta, que no querían vender, se tuvieran que ir a otro sitio. Era una estrategia totalmente mafiosa. No me lo tienen que contar. Yo lo he sufrido. Mi mujer salía de madrugada a trabajar, siempre con miedo. Conozco gente que sufrió atracos. En la misma puerta de su casa. Esto es algo que no se ha comentado estos días, sólo lo he visto en una revista. También se cita a Chirbes, que por cierto, vivía en la misma finca que los padres de mi mujer (aunque en otro patio, porque es finca muy grande), es decir: sabía perfectamente lo que estaba pasando.

De repente, sorprendemente, desaparecieron los camellos (y la larga fila de yonquis, y no, eso no es una metáfora), se arrasó la huerta y se hicieron grandes avenidas y enormes edificios, muy bonitos pero muy caros, con pisos pequeños pero con piscina. Conozco gente que viven en ellos. El médico de mi mujer tenía allí su consulta, varios amigos nuestros vivieron alquilados, dos incluso se pudieron comprar un piso (atándose a una hipoteca para toda la vida, pero ya se sabe, “los pisos siempre valen más”, y además los alquileres también son caros). Eran bastante laberínticos. Un pasillo, una puerta, otro pasillo, otra puerta. Todo muy basto, con el hormigón a lo bruto. Luego, una vez dentro, habitaciones estrechas y demasiado “racionales”, poco acogedoras. Eso sí, con jardín, con piscina. La piscina nos venía muy bien para llevar a los niños en verano.

El rey está saludando a todo el mundo. Le dedica una frase a todo el mundo. Lo hace bien. Es su trabajo. Hay otros políticos que no pintaban nada aquí (oficialmente, digo) y que han venido a hacerse la foto. ¿Y luego qué? ¿Y dentro de una semana qué? ¿Y dentro de un mes qué? Mi mujer me decía el otro día que no quería pasar por ahí cuando fuera a ver a su madre. No le he dicho, no sé si lo sabe, que hay gente que va a hacerse un “Selfie” delante del edificio. Supongo que si fuera su edificio, o el de sus padres, o el de su novio, o el de su hermano o hermana, no iría a hacerse un “Selfie”. Supongo…

Los niños ya son mayores, no vamos al parque que está justo delante del edificio (de hecho, si busco en mi ordenador, seguro que tengo fotos de los niños jugando con sus primas o otros niños del barrio y con este edificio detrás. Entre el parque y el edificio había una vieja casa ya deshabitada. Una de las pocas casas de la huerta que no acabaron demolidas. Cuando íbamos al parque, nos encontrábamos con otros niños que venían de ese edificio (y de los otros, los de los edificios nuevos y los de los “viejos”, que durante muchos años fueron el final de la ciudad), nos encontrábamos y hablábamos un poco mientras los niños jugaban. Cuando vi la foto no me lo podía creer. No podía ser cierto. Un edificio nuevo, repito, un edificio NUEVO, y un edificio tan caro, porque era muy caro, no se podía quemar así. Uno supone que tendrá los últimos adelantos en materia de seguridad. Uno supone… 

Siempre es lo mismo: incredulidad, luego rabia, siempre dolor, y por último un olvido “aparente”. No puedes estar todo el día pensando en ello. Como los muertos del Alvia. Cada año nos vuelven a poner la imagen del tren descarrilando y piensas “pobre gente”, pero ya te habías olvidado (“aparentemente”, digo, porque en realidad nunca olvidas). Supongo que nos acostumbraremos a pasar por delante del edificio quemado. Supongo que algún día harán algo con ese edificio, porque el suelo es muy caro en esa zona. Supongo que otros desastres, otros accidentes, otras guerras, otros terremotos o lo que sea, ocuparán muy pronto los telediarios y los periódicos. Yo seguiré pensando en esa profesora. Ni siquiera sabía que vivía ahí. Ni la conocía, porque no conozco a todos los profesores de mis hijos. Alguien la sustituirá. A mi hijo pequeño no ha llegado a ponerle la nota. Yo, como profesor, pienso muchas veces qué dirán mis alumnos si un día me pasa algo y desaparezco de su vida de repente. ¿Dirán que “era un buen profesor”? ¿Se preocuparán o les dará lo mismo? Algunos alumnos no tienen ningún afecto a los profesores, simplemente por el hecho de ser profesores. El director del instituto de mis hijos, en el email donde comunicada a los padres lo sucedido, añadió algo:

En algunos otros casos, que espero que no sean demasiados, las familias debéis estar pendientes del uso que hagan vuestros hijos del móvil y de las redes sociales, pues en estos casos las noticias y los comentarios corren por la red con demasiada velocidad, y hay gente que aprovecha para recrearse en el morbo o incluso para hacer comentarios inapropiados.

Para mí, como director, es muy duro no poder escribir solo sobre el dolor que siento, y tener que estar recordándoos esto. Por eso, os pido disculpas por tener que mezclar estos dos mensajes, pero es mi obligación recordaros que en general es delito difamar o dañar la imagen de alguien a través de la red, y que la gravedad es extrema en un caso como este. El centro, desde luego, no dudará en emprender acciones legales contra quien lo haga.”


Es terrible. Pero es cierto. Eso pasa. ¿Pero cuántos padres controlan eficazmente el móvil de sus hijos?
No sé quién ha hecho esta foto del incendio. Se la pasó mi cuñada a mi mujer. Lo repito: la miro y no me lo puedo creer. Y la seguiré mirando y seguiré sin poderlo creer. Mi mujer se enteró del incendio cuando estaba trabajando. Lo dijeron en la radio y se asustó, porque sólo dijeron que era una finca de la calle donde vive su madre. No daban más detalles. Inmediatamente llamó a su madre, que vive sola y a veces no coge el teléfono. Por suerte esta vez contestó en seguida. Pero no se había enterado. Lo tenía al otro lado de la rotonda pero no se había enterado. Por supuesto que había escuchado a los bomberos, pero como tiene un parque de bomberos justo al lado, está acostumbrada a escuchar las alarmas, cada vez que sale algún camión hacia alguna parte. Eso es algo que no he escuchado en ningún programa: en este caso los bomberos no tardaron nada en llegar. Estaban al lado. Si hubiera sido una finca más lejana, y por cierto, si no hubiera tenido portero (que pocas tienen), el número de muertos sería mayor. No, no digo que sean pocos. Diez es insoportable. Incluso un muerto sería insoportable. Cuando mi mujer me pasó esa foto se hablaba de heridos, pero era evidente que o sucedía un milagro, o las noticias iban a ir a peor. Y fueron a peor. No entiendo cómo se puede criticar a los bomberos. Nadie imaginaba que ese edificio, tan nuevo, tan caro, iba a quemarse tan rápido. Pero esto no es una excusa: hay una cosa que se llama “evaluación de riesgos”, hay unas personas que se dedican a eso, a ver qué puede fallar, qué puede ir mal, a hacer que las cosas sean más seguras. Tengo un amigo que trabajaba precisamente en eso, es ingeniero y hacía controles de calidad. También había trabajado en obra pública, hasta que se cansó de discutir con su jefe. "Si tenía que poner diez centímetros de arena, mi jefe me decía: pon cinco". Y así con todo. No siempre se hacen las cosas como se deberían hacer. Otra amiga mía, arquitecta, acabó trabajando en el extranjero. La ley está muy bien, pero luego hay que cumplirla. Incluso, a veces, muchas veces, la ley llega tarde. Ahora los políticos salen en la tele diciendo que “se van a tomar medidas”, que van a haber cambios en la legislación, que se van a revisar los edificios que son parecidos al que se quemó, cosas así, y está muy bien, está estupendo que se haga algo, pero eso, estos señores políticos, tan orgullosos y seguros de que lo van a hacer todo bien (“ahora”, no antes), esos grandes proyectos y brillantes ideas para el futuro, se las pueden explicar a los muertos. Seguro que los muertos se alegran mucho de saberlo.