miércoles, 6 de junio de 2012




LA TRAICIÓN.

Al principio
yo no quería ser Blas de Otero.
Quería ser
Jeanloup Sieff.
Quería ser el amante de Bárbara
en el Valle de la Muerte.
Quería que todos envidiaran ese sofá de París
que yo realmente nunca tuve.
Fue después, con el tiempo,
cuando descubrí que el bolígrafo
era mejor arma que la cámara.
Pues la cámara,
siendo una buena arma defensiva,
te obligaba a situarte cerca, demasiado cerca,
de tu enemigo;
mientras que el boligrafo,
siendo también una buena arma defensiva,
te permitía el ataque a larga distancia.
Entonces fue cuando me decidí a ser
definitivamente Blas de Otero.
Y luché.
Luché y me defendí encarnizadamente.
Hasta que un buen día,
destrozado y herido
comprendí que tal vez había llegado la hora
de firmar una tregua.
(No la tregua definitiva, por supuesto,
no vayáis a pensar que creía que el peligro
había desapecido.)
Lo cierto es que la tregua se fue alargando
(muy a mi pesar).
Y así, al final
comprendí que mi destino no era ser Blas de Otero.
Ni tampoco Jeanloup Sieff.
Pero que, curiosamente,
tampoco podía ser yo mismo.
No mientras las palabras de Blas de Otero
y las imágenes de Jeanloup Sieff
continuaran peleandose por mí en mitad de la calle
como dos viejas putas por un triste cliente.
De modo que decidí matarlos a ambos.
Y lo hice.
Ahogué al pobre Blas entre pechos barbudos
y nalgas canivales.
Y crucifiqué al arrogante Jeanloup
entre modestos portafolios y
sumisos diccionarios.
Aún hoy me cuesta aceptar la traición.



(poema del autor)



No hay comentarios:

Publicar un comentario