miércoles, 5 de septiembre de 2012

HACE CASI VEINTE AÑOS...


LA FUENTE

La ciudad nos ofrecía sus encantos

cual decadente y lasciva dama.
Ni por asomo sospechaba
que después de treinta horas de tren,
tan sólo anhelábamos un lugar tranquilo
donde entregarnos sin lucha
al dulce sueño del olvido.
Un chico argentino nos había hablado
de un parque en las afueras,
extenso, frondoso, custodiado por una verja
de fácil franqueo.
y decidimos pasar la noche allí.
(Hacia buen tiempo, podíamos permitirnos
el capricho de ser pobres
                       en la ciudad más rica.)
No nos arrepentimos en absoluto.
Al margen de algún pequeño accidente
–del que salieron peor paradas las arañas
que nosotros–, dormimos,
llanamente hablando, de maravilla
–incluso diría que mejor
que en la propia cama,
aunque tal vez
se debió a la fatiga,
más que al lecho de tierra y hojas–.

Por la mañana, dejando atrás a los otros,
fui a lavarme a una fuente cercana.
Cuando la niebla se disipó,
descubrí encantado
que al otro lado del canal,
estaba la iglesia barroca
de Santa María de la Salud,
la misma que en clase había aprendido
que fue obra de Baltasar Longhena,
la misma
que una aburrida tarde de invierno,
me había hecho pensar que era
ABSOLUTAMENTE IMPRESCINDIBLE
salir de una vez por todas
de viaje.

Aquel día dejamos
las mochilas en la consigna de la estación
y como un grupo de turistas cualquiera,
recorrimos la ciudad entera.
 Mas
si alguien me pregunta
qué imagen prefiero,
respondería de inmediato que la que vi
desde esa fuente sin nombre,
con los ojos pasmados y la mente
a medio despertar,
y si alguien me cuenta
que ha estado en Venecia, que ha visto
San Marcos, que ha hecho
muchas fotos,
yo pienso
"pobre hombre, que engañado está",
y cambio de tema,
mientras oculto la sonrisa irónica
que sin querer
se me escapa

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