"Estábamos
hablando de Kerensky, de cómo la iglesia ortodoxa de Nueva York no había
querido enterrarlo porque le acusaban de ser uno de los principales culpables
del comunismo ruso. Kerensky había intentado mantener a raya a los comunistas.
Cuando asaltaron el palacio de invierno tuvo que escapar vestido de enfermera.
Luego tuvo que emigrar a America. Perdió a amigos y familiares. Y a punto
estuvo de perder su propia vida. ¿Y todo para qué? Para que luego no le
quisieran dejar en paz ni después de muerto. Aquello era injusto. Recuerdo que
me indigné al oír la historia. La iglesia rusa de 1917, ¿qué había hecho para
parar el comunismo?, ¿cómo se atrevían entonces a calumniar a Kerensky? La
iglesia rusa y el Zar, con su miopía y su egoísmo, eran los verdaderos
culpables. Él al menos intentó hacer algo. Acusó a Lenin de actuar a favor de
Alemania. Mostró los documentos que probaban la relación de Lenin con los
servicios secretos alemanes. Pero luego las cosas se torcieron. Lenin tuvo
suerte y supo aprovecharla. Y supo ser despiadado porque la situación no iba a
resolverse con valentía o con dignidad, sino con crueldad y cinismo. Rusia era
un enorme buque a la deriva y el timón fue a parar a las manos de Lenin, no
porque los demás confiaran en él sino porque él acabó con todos los demás. Y
Kerensky tuvo que aceptar la humillación, la derrota, la tristeza de ver como
su país pasaba de una dictadura a otra, y la mentira, la mentira que cayó sobre
él y sobre su familia como un manto negro, la mentira que lo enterró en vida y
le persiguió hasta la tumba."
(Extracto de la novela El diario perdido de K, de A. V. F.)
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