lunes, 5 de mayo de 2014





Ya se sabe que hay muchos, muchísimos escritores hablando de cómo escribir. Hay libros interesantes, como los 99 consejos de Chejov, y hay millones de citas repartidas por todas partes. Parece que todos tienen un idea propia sobre cómo escribir y se muestran la mar de contentos al ser preguntados por ello. Pues bien, eso no tiene ningún mérito. Preguntar a un escritor cómo escribir es preguntar a un barrendero como barrer. Te dirá que no tiene ningún secreto. O te dirá que es más complicado de lo que parece. En cualquier caso lo que le estás preguntando es un hecho tan natural y tan cotidiano para él que no podrá salirse de unos marcos prefijados y generalmente muy restrictivos. Pocas citas de escritores sobre cómo escribir me parecen realmente interesantes. Pero no me ocurre lo mismo con las citas de pintores o músicos o fotógrafos. Porque sus palabras muchas veces trascienden su propio trabajo y su propia disciplina y son tan válidas para un escritor como cualquier otra cita de un escritor sobre su trabajo. O a veces son mejores aún, por inesperadas, concisas, lúcidas y desvergonzadas.
Vlaminck, el pintor que usaba los colores como cartuchos de dinamita, dirá de él mismo: “era un bárbaro tierno”, y esa es la mejor definición que conozco de algunos escritores aparentemente huraños y con cierta tendencia al salvajismo verbal, que no voy a nombrar porque se sentirían ofendidos con el calificativo de “tiernos”, pero que en el fondo lo son, porque no pueden evitar un cierto amor, clandestino y autoreprochable, por la humanidad. Cada uno que piense en su bárbaro tierno particular. Yo me guardo los míos.
Gauguin, por su parte, nos descubrirá lo fácil que es no cruzar la línea adecuada: “Nada se parece tanto a un mal cuadro como una obra de arte”. Y sí, nada se parece tanto a una buena novela como una mala novela, o a una buena película como una mala película, o a una buena foto como una mala foto. Caminar por el borde y caer en el lado bueno, ese es el mérito o la suerte de algunos.
¿Y cuál es el sentido del arte (y de la literatura, y de todo lo demás…). Pues muy fácil. Sólo hay que preguntárselo a Braque: “El arte está hecho para turbar. La verdad existe. No se inventa más que la mentira”. ¡Ay! ¡Braque, Braque! ¿Por qué dejaste que Picasso se llevara el premio gordo, cuándo podría haber sido tuyo?
Misterios de la naturaleza humana aparte (¡Cuántos talentos se han perdido por falta de ambición terrenal!), continuaremos con lo nuestro…
“Entre mi cabeza y mi mano está siempre la figura de la muerte”, confiesa Picabia. Y yo me pregunto cuántos escritores tienen siempre presente en sus obras la figura de la muerte, o mejor dicho, cuántos no la tienen. Y no digo en algún momento, sino a todas horas, constantemente, como una amenaza velada, inconsciente casi siempre, pero que influye y determina cada una de sus palabras, de sus obras.
Pero vamos a entrar en harina. A las cuestiones prácticas. Hay dos formas de pintar, y dos formas de escribir. Y esas dos formas dependen, básicamente, de hacia dónde apuntas tu pistola. ¿Vas a desgarrar el alma, el corazón, la mente? ¿Vas a quedarte en la superficie, en la piel, en lo físico? ¿Vas a bucear en lo oscuro, en la densa negrura interior?
Dalí, con su método para todo el mundo y para todas las circunstancias (sí, me refiero a esa gallina de los huevos de oro: su método “espontáneo de conocimiento racional basado en una asociación interpretativa-crítica del delirio”) se autodescalifica a la primera de cambio. Se planta y de ahí no sale. Su castillo está tan lleno de fantasmas como de sólidas defensas.
Magritte se va al otro lado, a él le gusta nadar en aguas cristalinas y a poder ser cálidas: “Mi interés reside particularmente en provocar un choque emocional”.
Particularmente yo me quedo con Jean Puy. Un pintor con un gran desnudo mundialmente ignorado (y eso que le pone el rosa que el crítico Robert Hughues quería en la teta de la maja). De Jean Puy sabemos muy poco y con eso nos basta para dedicarle la atención que se merece. No estará nunca donde los ejecutivos cuelgan sus cuadros invisibles pero no le importa. Él lo tiene muy claro: “Pintar aquello que es capaz de sacudir la carne y el pensamiento a la vez”. ¿Nos sirve a nosotros? Pues sí. Prueba a cambiar de verbo y ponte delante de un papel, es difícil conseguir ambas cosas, pero la explosión está asegurada. Luego ya es simple cuestión de decidir qué cantidad de dinamita quieres poner.

Cómo escribir (según los pintores)


martes, 8 de abril de 2014





Dos proyectos en prensa....



Proyecto uno: extracto.









Queridos reyes magos. Este año he sido muy buena y me gustaría que me trajerais un lápiz y una goma de borrar para la escuela y un paragua para no mojarme los días de lluvia si puede ser.

Así empezaba y así terminaba una carta a los Reyes Magos de una niña española de los años cincuenta, es decir, de hace bien poco. Evidentemente era una niña muy humilde. No pedía juguetes, ni siquiera una simple muñeca. Pedía algo que nosotros no valoramos lo más mínimo, algo que tenemos de sobra en nuestras casas, algo práctico y trivial, casi insignificante. Después de leer esa carta cambié mi punto de vista sobre los paraguas. (...)



Proyecto dos: extracto.







(...). Desde hace unos pocos años, la línea Valencia-Teruel-Zaragoza, con prolongación hasta Huesca y Canfranc, la única línea de ferrocarril que queda en la provincia, se remodeló por completo y se adaptó para que pudieran circular expresos. Así, los viajes desde la capital de la provincia hacia Valencia o Zaragoza son ahora mucho más rápidos y cómodos. Lo que era una línea casi agonizante goza hoy en día de buena salud y tiene, si no cambian las cosas, muchos años de futuro por delante. Pero no siempre ha sido así. Y quienes hayan viajado asiduamente en tren por esta provincia sabrán de lo que hablo. Peor suerte han corrido las dos grandes líneas de vía estrecha que nacían en esta provincia: el ferrocarril Sagunto-Ojos Negros y el ferrocarril Zaragoza-Utrillas, dos ferrocarriles mineros que fueron desmantelados a finales de la década de los sesenta. (...)



PRÓXIMAMENTE EN SUS PANTALLAS...


miércoles, 5 de marzo de 2014










V.
Hay que tener las manos muy sucias para llegar a la veta más pura.
VI.
Cada solución engendra un nuevo problema.
VII.
De los errores uno aprende a equivocarse mejor.
VIII.
La perfección no existe, pero la imperfección se puede ocultar.




MÁS EN:

http://highwaymagazine.wordpress.com/

http://highwaymagazine.wordpress.com/2014/03/05/poetica-del-arte-para-tiempos-modernos-en-diez-aforismos/


jueves, 20 de febrero de 2014



VIEJAS HISTORIAS DEL VIEJO MUNDO.


EL LIBRE MERCADO EN LOS TRANSPORTES PÚBLICOS...



Empezaremos con un cuento sin final feliz. Era una vez un trenecito, honrado, humilde, trabajador… (Sí, el trenecito no puede ser todo esto, pero sus empleados sí). Luego llegó el progreso. Y con el progreso la competencia: coches, camiones, autobuses. Pero la gente se resistía a dejar de usar el trenecito, que pese a todo cada vez era menos rentable. Hasta que al final alguien (desde algún despacho lejano, como no) decidió a cerrarlo. ¿Y qué pasó entonces?
Bueno. Esto no es una historia inventada. En la segunda década del siglo XX se cerraron en España muchas líneas de vía estrecha. Tomemos un ejemplo, de los muchos posibles…
Leo en el libro “El ferrocarril vasco-navarro” de Juanjo Olaizola Elordi el siguiente texto:
“Sin lugar a dudas, los grandes beneficiados del cierre del Vasco-Navarro fueron las compañías de autobuses, principalmente “La Vegaresa”, mientras que, como suele ser habitual, los más perjudicados fueron los usuarios. (…)  Las tarifas de los autobuses de “La vergaresa” siempre fueron notablemente más elevadas que las del ferrocarril, incluso utilizando los abonos que expedía dicha empresa, por lo que el tren, merced a los bajos precios, siempre contó con el favor de los viajeros. El mismo día de la clausura del servicio ferroviario, la compañía de autobuses amplió el servicio, pero eliminada la competencia, decidió suprimir todo tipo de abonos, lo que causó la lógica indignación de los usuarios.”
(el subrayado es mío)¿Y bien? ¿Cuántas veces hemos oído la misma historia? ¿Cuántas veces la oiremos más?
Una pista:  Este ferrocarril desapareció en 1967. Ahora el ministerio de Fomento está planeando el cierre de 70 servicios de ferrocarril (lo que ellos llaman “Rutas no rentables”) y su sustitución por líneas de autobuses. ¿Quién ganará y quién perderá? Es fácil saberlo.

Esto me recuerda que uno de los pilares básicos de los teóricos del capitalismo (no de los capitalistas, que son otra gente) era la libre competencia. Pero esta libre competencia cada vez es más una quimera que una realidad.
Recordemos que en la España anterior a 1873 (la primera gran crisis capitalista, que entonces les pareció muy mala porque no sabían lo que venía después), existían más de 40 bancos privados y que en la España posterior a la crisis de 1873 estos bancos se redujeron a menos de 10 (y esto pasó en un par de años). De manera que las crisis producen, como es bien sabido, una concentración de capital; y eso significa no sólo que el pez grande se come al chico sino que el pez grande se hace más y más grande cuantos más peces pequeños se va comiendo. ¿Y dónde queda la competencia entonces? Pues es fácil imaginárselo… Aunque realmente esto no es nada del otro mundo, pues el capitalismo, por mucho que se diga lo contrario, tiende siempre al monopolio, en todas sus formas posibles.
¿Quién debería velar por el bien de los ciudadanos, que no suele ser el bien de los capitalistas (aunque aún haya bastante gente empeñada en seguir manteniendo lo contrario)?
Los que legislan. Porque la legislación es la que pone límites a lo que una empresa puede o no puede hacer (al menos en teoría, obviamente). Pero desde hace muchos siglos en España, como en la mayoría de los países, los que legislan no sufren los resultados de su legislación y los que sufren los resultados de esta legislación no tienen mucha capacidad para decidir qué se legisla y cómo.
Las reglas del juego son muy simples, pero no está de más recordarlas. O dejar que nos las recuerden…

“Regla número uno: hay que respetar las convenciones del juego”. Regla número dos: Sin embargo, el juego no debe ser demasiado evidente”.

Así describe Sabino Méndez en su libro “Corre, rocker: Crónica personal de los Ochenta” el negocio de la música. Y esto vale hoy en día para la política. Un juego muy educado y caballeroso donde unos hacen como que gobiernan por el bien del resto y donde el resto hace como que aceptan ser gobernados por esos, e incluso, cuándo les toca y según viejas costumbres perfectamente reguladas, hacen como que son ellos mismos los que se gobiernan a ellos mismos. Esto a mí me recuerda esas antiguas fiestas de pueblos donde por un día (y sólo por un día) las mujeres gobiernan a los hombres o el pueblo destituye al alcalde y pone a alguna figura folclórica y anecdótica en su lugar. Bien, ese día todo el mundo se lo pasa bien y disfruta de la fiesta. Pero al día siguiente todo sigue como siempre. Y todos tan contentos.
Nos han educado desde bien pronto para seguir al rebaño y lo seguimos dócilmente. A fin de cuentas el rebaño está guiado por el pastor y el pastor, obviamente, siempre cuida de sus ovejas. ¿Correcto?

¡Ah! Por cierto… ¿Recuerdan esa línea de autobuses del cuento, “La Vergaresa”? Sus dueños prometieron, cuando se dijo que iban a quitar el tren, que ellos no subirían sus precios. Y sí, cumplieron su promesa: los precios no subieron. Pero el resultado final fue el mismo: el usuario tuvo que pagar más por su billete. A eso lo llamo yo “el arte de la política”. Y ese arte se ha ido mejorando con los años, porque como cada vez el público está más avispado, cada vez el truco tiene que ser más complejo. Y sí, parece mentira, pero hay que reconocer que aún nos siguen tomando el pelo. Pero ya se sabe.
Regla número uno: hay que respetar…











(foto de A.V. F.)


lunes, 17 de febrero de 2014


PARA SENTIR LO QUE SIENTO

Lo que sintió Pavese.
Estoy sintiendo lo que sintió Pavese.
Y no hace falta el teléfono.
Llamas y nadie te contesta.
Pides ayuda y el silencio te escupe su desprecio.

No.

No hace falta el teléfono.

Para sentir lo que siento.
Para sentir lo que sintió Pavese.

Algunos, los que nada saben,
creen que la soledad
puede ser la peor pesadilla
de un hombre.
Pobre Pavese, que solo se debió sentir,
murmuran, apesadumbrados
y ciegos.
                       ¡Ciegos!

Los que nada saben…
hablan y hablan. Sus palabras parecen
veredictos irrevocables.
Son palabras tan claras y soberbias
que no explican nada.

Y ahora estoy siento lo que sintió Pavese.
Ahora soy Pavese frente al teléfono…
Hay demasiado pasado sobre ni espalda.
No puedo seguir andando, pero tampoco puedo volver atrás.
Por eso,
y porque sé
que una respuesta inesperada
puede ser infinitamente peor
que el silencio;
os digo: cierto, Pavesse se sintió muy solo,
tan solo como sólo puede sentirse un hombre solo,
pero no basta.
No basta la soledad para acabar con un hombre acostumbrado a la soledad.
(Y lo digo con conocimiento de causa…)
Así que, vosotros que lo sabéis todo, cerrad
vuestras bocas.
Cerrad vuestra vanidad, y oid:
algo peor que una respuesta inesperada
es una respuesta predecible.

(Pavese lo sabía bien.
Por eso prefirió el silencio.)