jueves, 20 de febrero de 2014



VIEJAS HISTORIAS DEL VIEJO MUNDO.


EL LIBRE MERCADO EN LOS TRANSPORTES PÚBLICOS...



Empezaremos con un cuento sin final feliz. Era una vez un trenecito, honrado, humilde, trabajador… (Sí, el trenecito no puede ser todo esto, pero sus empleados sí). Luego llegó el progreso. Y con el progreso la competencia: coches, camiones, autobuses. Pero la gente se resistía a dejar de usar el trenecito, que pese a todo cada vez era menos rentable. Hasta que al final alguien (desde algún despacho lejano, como no) decidió a cerrarlo. ¿Y qué pasó entonces?
Bueno. Esto no es una historia inventada. En la segunda década del siglo XX se cerraron en España muchas líneas de vía estrecha. Tomemos un ejemplo, de los muchos posibles…
Leo en el libro “El ferrocarril vasco-navarro” de Juanjo Olaizola Elordi el siguiente texto:
“Sin lugar a dudas, los grandes beneficiados del cierre del Vasco-Navarro fueron las compañías de autobuses, principalmente “La Vegaresa”, mientras que, como suele ser habitual, los más perjudicados fueron los usuarios. (…)  Las tarifas de los autobuses de “La vergaresa” siempre fueron notablemente más elevadas que las del ferrocarril, incluso utilizando los abonos que expedía dicha empresa, por lo que el tren, merced a los bajos precios, siempre contó con el favor de los viajeros. El mismo día de la clausura del servicio ferroviario, la compañía de autobuses amplió el servicio, pero eliminada la competencia, decidió suprimir todo tipo de abonos, lo que causó la lógica indignación de los usuarios.”
(el subrayado es mío)¿Y bien? ¿Cuántas veces hemos oído la misma historia? ¿Cuántas veces la oiremos más?
Una pista:  Este ferrocarril desapareció en 1967. Ahora el ministerio de Fomento está planeando el cierre de 70 servicios de ferrocarril (lo que ellos llaman “Rutas no rentables”) y su sustitución por líneas de autobuses. ¿Quién ganará y quién perderá? Es fácil saberlo.

Esto me recuerda que uno de los pilares básicos de los teóricos del capitalismo (no de los capitalistas, que son otra gente) era la libre competencia. Pero esta libre competencia cada vez es más una quimera que una realidad.
Recordemos que en la España anterior a 1873 (la primera gran crisis capitalista, que entonces les pareció muy mala porque no sabían lo que venía después), existían más de 40 bancos privados y que en la España posterior a la crisis de 1873 estos bancos se redujeron a menos de 10 (y esto pasó en un par de años). De manera que las crisis producen, como es bien sabido, una concentración de capital; y eso significa no sólo que el pez grande se come al chico sino que el pez grande se hace más y más grande cuantos más peces pequeños se va comiendo. ¿Y dónde queda la competencia entonces? Pues es fácil imaginárselo… Aunque realmente esto no es nada del otro mundo, pues el capitalismo, por mucho que se diga lo contrario, tiende siempre al monopolio, en todas sus formas posibles.
¿Quién debería velar por el bien de los ciudadanos, que no suele ser el bien de los capitalistas (aunque aún haya bastante gente empeñada en seguir manteniendo lo contrario)?
Los que legislan. Porque la legislación es la que pone límites a lo que una empresa puede o no puede hacer (al menos en teoría, obviamente). Pero desde hace muchos siglos en España, como en la mayoría de los países, los que legislan no sufren los resultados de su legislación y los que sufren los resultados de esta legislación no tienen mucha capacidad para decidir qué se legisla y cómo.
Las reglas del juego son muy simples, pero no está de más recordarlas. O dejar que nos las recuerden…

“Regla número uno: hay que respetar las convenciones del juego”. Regla número dos: Sin embargo, el juego no debe ser demasiado evidente”.

Así describe Sabino Méndez en su libro “Corre, rocker: Crónica personal de los Ochenta” el negocio de la música. Y esto vale hoy en día para la política. Un juego muy educado y caballeroso donde unos hacen como que gobiernan por el bien del resto y donde el resto hace como que aceptan ser gobernados por esos, e incluso, cuándo les toca y según viejas costumbres perfectamente reguladas, hacen como que son ellos mismos los que se gobiernan a ellos mismos. Esto a mí me recuerda esas antiguas fiestas de pueblos donde por un día (y sólo por un día) las mujeres gobiernan a los hombres o el pueblo destituye al alcalde y pone a alguna figura folclórica y anecdótica en su lugar. Bien, ese día todo el mundo se lo pasa bien y disfruta de la fiesta. Pero al día siguiente todo sigue como siempre. Y todos tan contentos.
Nos han educado desde bien pronto para seguir al rebaño y lo seguimos dócilmente. A fin de cuentas el rebaño está guiado por el pastor y el pastor, obviamente, siempre cuida de sus ovejas. ¿Correcto?

¡Ah! Por cierto… ¿Recuerdan esa línea de autobuses del cuento, “La Vergaresa”? Sus dueños prometieron, cuando se dijo que iban a quitar el tren, que ellos no subirían sus precios. Y sí, cumplieron su promesa: los precios no subieron. Pero el resultado final fue el mismo: el usuario tuvo que pagar más por su billete. A eso lo llamo yo “el arte de la política”. Y ese arte se ha ido mejorando con los años, porque como cada vez el público está más avispado, cada vez el truco tiene que ser más complejo. Y sí, parece mentira, pero hay que reconocer que aún nos siguen tomando el pelo. Pero ya se sabe.
Regla número uno: hay que respetar…











(foto de A.V. F.)


No hay comentarios:

Publicar un comentario