martes, 9 de junio de 2015





EL FINAL DEL BANQUETE


Muchachas de cabellos suaves
venid a mí.
Dejad que acerque mi nariz a vuestros cabellos.
Dejad que mis dedos jueguen con vuestros mechones suaves.
¡Estáis tan limpias! ¡Y oléis tan bien!
Muchachas de piel tersa, de senos apacibles, de hondo manantial,
dormid conmigo, arremolinaos todas junto a mí…
¡Estoy tan sucio! ¡Y me siento tan desdichado…!
Muchachas de ojos dulces, no miréis mi piel oscura, mi pelo grasiento,
mis ropas sucias  y desgastadas…
Sabed que vengo de muy lejos.
He andado todos los caminos de la vida, las emboscadas
de la mentira, los riscos de la envidia, los desiertos
de la soledad…
Los peores caminos que puede andar un hombre
los he recorrido una y otra vez.
Y hoy
he llegado aquí, a este oasis oculto entre las rocas,
a este palacio lleno de buen vino y bellas mujeres
y no doy crédito a lo que veo.
Perdonad pues mis torpes modales,
mi aspecto descuidado,
mi mirada lasciva:
Ya no estoy acostumbrado a estos placeres
tan sencillos y abundantes en vuestra existencia.
Seguid pues, seguid con vuestras danzas y risas.
Yo no pretendo perturbaros, tan solo reclamo un hueco
en vuestros lechos. Cuando salga el sol
me habré ido. Y nada quedará de mí en vuestros cuerpos
que no se pueda borrar con un soplo de viento.
Pero sé ser agradecido cuando la ocasión lo merece
y ¿no escucháis este tintineo?, mi bolsa está llena,
treinta monedas de oro tengo para gastar.
Sed amables conmigo, es todo lo que pido.
Tal vez estás monedas ahora os parezcan poco.
Justo es que no se valore lo que no se necesita.
Pero yo sé lo que vendrá luego, he sufrido la decepción y el engaño.
Y creedme, el final del banquete
son estos dulces envenenados.


(del libro del mismo título, inédito)



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