lunes, 17 de agosto de 2020

 


Everybody hurts, REM

 

Todavía estábamos en Losing my religion

Pero ya sabíamos que Everybody hurts.

Olas contra los pórticos

del paseo que sube desde la estación.

Tu cuello frio y mi mirada muda.

Tu cuello mudo y mi mirada fría.

Todavía ni habíamos llegado al concierto

y ya estaban tocando la canción del entierro.

Será hermosa música que nunca podremos escuchar.

La canción que nos cantaban las brujas niñeras en la cuna

y que luego perdimos y siempre buscamos.

Será hermosa música sobre tu cuello fino y mi mano torpe.

 

Olas furiosas en la larga avenida

cuerpos que caminan hacia la última canción

y doblamos la esquina para ver qué la plaza está vacía

y en el suelo alguien nos ha dejado una flecha que nadie ve

porque está pintada con un color que solo tú y yo podemos ver.

Olas furiosas en la larga avenida

cuerpos que caminan hacia la última canción

y doblamos la esquina para ver qué la plaza está vacía

y en el suelo alguien nos ha dejado una flecha que nadie ve

porque está pintada con un color que solo tú y yo podemos ver.

 

 

No habíamos llegado aún a Everybody hurts

aunque ya sabíamos que si algo te quema

es que aún estás vivo.

Sí, mi amor, mi amor bastardo, mi amor enfermo,

mi amor parásito, mi amor mohoso, mi amor descompuesto, mi

amor inyectado en vena, ¿pero no decían que esto subía despacio?,

mi amor carcomido

con gusanos poetas y ratas licenciadas, sí, mi amor muerto,

mi amor abortado, sí, te escucho, claro que te escucho,

y canto, canto contigo, en la noche honda, en la plaza sucia,

sin pisar los vasos rotos, volando por encima de escaleras mecánicas

que nunca uso nadie jamás.

 

Olas furiosas en la larga avenida

cuerpos que caminan hacia la última canción

y doblamos la esquina para ver qué la plaza está vacía

y en el suelo alguien nos ha dejado una flecha que nadie ve

porque está pintada con un color que solo tú y yo podemos ver

que solo tú y yo podemos ver

que solo tú y yo podemos ver

que solo

que solo

que nadie nadie nadie nadie nadie nadie

nadie que no tenga tus ojos que comen

tus ojos que se comen a mis ojos

nadie que no haya sido comido por tus ojos

nadie puede ver.

Nadie puede ver.

 

No habíamos llegado a Everybody hurts

y no nos podíamos herir más.

Sin armas ni gritos

sin manos ni palabras

Y todo el daño estaba hecho.

Y no podía existir mayor dolor en el mundo.

 

Olas ruidosas en la calle empinada

que subía de la estación.

El tren en la vía, esperando su momento

El beso en la pistola, esperando el regreso de la lluvia

esa lluvia que borraría la flecha,

que nos dejaría atados al futuro en un barco a la deriva

atados frente a la catarata que ya ruge,

aunque la lluvia nos la tape con su mortaja.

 

Aún estábamos en Losing my religión

y ya sabíamos que la bala que nos esperaba

era tan vulgar como cualquier bala

y que eso era lo más insoportable de todo.

 

Olas furiosas en la larga avenida

cuerpos que caminan hacia la última canción.

 

 

martes, 7 de julio de 2020

lunes, 8 de junio de 2020










EL ÚLTIMO ASEDIO (POEMA PROVISIONAL)


Cuando cunda el pánico,
cuando el enemigo ya esté dentro,
avanzando por las calles oscuras
mientras al fondo, junto a la muralla,
ya se ven las primeras llamas
del incendio que devorará la ciudad entera,
cuando estemos solos,
solos ante nuestra muerte,
y los gritos horribles de otros hombres y otras mujeres
no sean más que el preludio seco de nuestro silencio,
cuando la muralla caiga,
cuando los campanarios y las cúpulas de las iglesias caigan,
cuando los escudos de piedra y las estatuas caigan,
cuando los cuerpos caigan,
cuando todo esté en tierra
y toda la tierra sea ceniza y huesos,
recordaremos el sabor de nuestros primeros besos,
de los besos antiguos y casi olvidados,
de los besos que abrían montañas y cerraban heridas,
de los besos que ya no recordábamos a qué sabían,
y moriremos con el recobrado sabor de los besos de antes,
y ese sabor será tan fuerte que perdurará en la tierra,
que perdurará en el aire,
y será extrañamente percibido por los arqueólogos futuros,
los que descubrirán nuestra tumba por error
y no sabrán nada de nosotros.



sábado, 18 de abril de 2020







Memoria del balcón, adelanto 4























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jueves, 9 de abril de 2020


















EXTRARRADIO: DONDE LA CIUDAD PIERDE SU NOMBRE




Salir de la ciudad cuesta. Salir de la ciudad lleva tiempo. Tanto en coche como en tren, y no digamos andado, salir de la ciudad implica atravesar un trecho de purgatorio, de tierra de nadie, de solares baldíos, fábricas abandonadas, edificios dispersos y caóticos, viejas casas de campo que sobreviven por pura casualidad. Salir de la ciudad, sobre todo si se trata de una ciudad grande, lleva su tiempo. Viajando por el centro y este de Europa me sorprendía siempre lo fácil que era dejar atrás la ciudad. Unos pocos metros y el asfalto dejaba paso al bosque, al prado, al verde más nítido. Pasar bruscamente de las calles a los senderos producía una sensación de extraña libertad, de repentina alegría. Pero salir de mi ciudad, como salir de cualquier gran ciudad, no es fácil. Implica largos minutos de tediosos paisajes llenos de ruinas, de despojos de la civilización, de territorio vacío y desperdiciado. Debajo de la maleza que coloniza los solares y los edificios desiertos hay una tierra fértil y desaprovechada. Antes del asfalto agrietado y abrasado existió una huerta fecunda. Y uno, al ver esas viejas casas decrépitas, esos robustos troncos que ya no dan sombra a nadie, piensa en los que vivieron allí, en los que se dejaron la piel para plantar la tierra, en los que fueron expulsados de sus campos porque la ciudad era una sentencia siempre constante y nunca ejecutada. Sí, definitivamente, salir de la ciudad nunca es fácil…