España en Regional. Segunda parte. Verano de 2020. Anticipo uno.
martes, 7 de julio de 2020
lunes, 8 de junio de 2020
EL ÚLTIMO ASEDIO (POEMA PROVISIONAL)
Cuando cunda el pánico,
cuando el enemigo ya esté dentro,
avanzando por las calles oscuras
mientras al fondo, junto a la muralla,
ya se ven las primeras llamas
del incendio que devorará la ciudad entera,
cuando estemos solos,
solos ante nuestra muerte,
y los gritos horribles de otros hombres y otras mujeres
no sean más que el preludio seco de nuestro silencio,
cuando la muralla caiga,
cuando los campanarios y las cúpulas de las iglesias caigan,
cuando los escudos de piedra y las estatuas caigan,
cuando los cuerpos caigan,
cuando todo esté en tierra
y toda la tierra sea ceniza y huesos,
recordaremos el sabor de nuestros primeros besos,
de los besos antiguos y casi olvidados,
de los besos que abrían montañas y cerraban heridas,
de los besos que ya no recordábamos a qué sabían,
y moriremos con el recobrado sabor de los besos de antes,
y ese sabor será tan fuerte que perdurará en la tierra,
que perdurará en el aire,
y será extrañamente percibido por los arqueólogos futuros,
los que descubrirán nuestra tumba por error
y no sabrán nada de nosotros.
jueves, 9 de abril de 2020
EXTRARRADIO: DONDE LA CIUDAD PIERDE SU NOMBRE
Salir de la ciudad cuesta. Salir de la ciudad lleva tiempo. Tanto en coche como en tren, y no digamos andado, salir de la ciudad implica atravesar un trecho de purgatorio, de tierra de nadie, de solares baldíos, fábricas abandonadas, edificios dispersos y caóticos, viejas casas de campo que sobreviven por pura casualidad. Salir de la ciudad, sobre todo si se trata de una ciudad grande, lleva su tiempo. Viajando por el centro y este de Europa me sorprendía siempre lo fácil que era dejar atrás la ciudad. Unos pocos metros y el asfalto dejaba paso al bosque, al prado, al verde más nítido. Pasar bruscamente de las calles a los senderos producía una sensación de extraña libertad, de repentina alegría. Pero salir de mi ciudad, como salir de cualquier gran ciudad, no es fácil. Implica largos minutos de tediosos paisajes llenos de ruinas, de despojos de la civilización, de territorio vacío y desperdiciado. Debajo de la maleza que coloniza los solares y los edificios desiertos hay una tierra fértil y desaprovechada. Antes del asfalto agrietado y abrasado existió una huerta fecunda. Y uno, al ver esas viejas casas decrépitas, esos robustos troncos que ya no dan sombra a nadie, piensa en los que vivieron allí, en los que se dejaron la piel para plantar la tierra, en los que fueron expulsados de sus campos porque la ciudad era una sentencia siempre constante y nunca ejecutada. Sí, definitivamente, salir de la ciudad nunca es fácil…
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