miércoles, 11 de junio de 2014





SU MAYOR VERGÜENZA




Cuando la cinta se rompió suavemente y los vecinos congregados empezaron a aplaudir, Alvarado Fernández pensó que le había ganado la partida al cura. El pueblo por fin disponía de un cementerio civil. Un cementerio construido por y para los vecinos, un cementerio donde las familias podían enterrar a sus difuntos sin el oprobio de tener que pagar de un modo abusivo por los nichos. Un cementerio donde…
(Como buen orador, Alvarado Fernández preparó un gran discurso para aquella tarde, y los vecinos no dejaron de aplaudir y luego se marcharon tranquilamente a sus casas.)
Al final en el cementerio sólo quedaron el alcalde y el nuevo enterrador. Se miraron un momento en silencio, y el alcalde, eufórico, exclamó:
–¡Tu primo se va a quedar sin trabajo!
El alcalde se refería al viejo enterrador, el que continuaba trabajando en el cementerio parroquial, que curiosamente era primo del enterrador del nuevo cementerio.
Al alcalde le hubiera gustado que su empleado le diera la razón, pero el enterrador no respondió nada. Se limitó a bajar al cabeza y encender un pitillo.

Mientras volvía a su casa, Alvarado Fernández pensó en su padre. Además de su nombre y su apellido, Alvarado Fernández hijo había heredado de su padre su ideología política. Ahora podía por fin doblar los papeles del discurso y respirar satisfecho. Aquel cementerio había costado mucho. Para sus conciudadanos tal vez supusiera una sustancial mejora en su pecunio, pero para él era mucho más: era una cuestión de honor. En su cementerio, el cementerio del pueblo, todo el mundo tendría cabida. Los pobres suicidas no serían enterrados fuera, junto al muro, sin nicho, sin lapida, sin flores, sólo con una sencilla cruz en el suelo, tal y como los sucesivos curas habían obligado a hacer hasta ahora. Y los fusilados en la guerra tendrían un sitio de honor. (El alcalde pensaba hablar con sus familias. “Se acabaron las humillaciones”, les iba a decir. “Mataron a vuestros hijos y maridos y vosotros tuvisteis que suplicar para que os permitieran enterrarlos. Pero ahora se hará justicia…”, y al pensar esto el alcalde recordaba a su padre, que no murió en la guerra pero se pasó quince años en la cárcel.)
–Le he ganado la partida  –le digo el alcalde a su mujer. No le he quemado su iglesia, pero se acabaron sus abusos…
Y el alcalde pensó de nuevo en su padre, que había visto arder muchas iglesias y pese a todo era un hombre pacifico, que pensaba que con las palabras se conseguía más que con la violencia y desde la cárcel había animado a su hijo a lo largo de toda su carrera política. “Mi padre estaría orgulloso de mí”, pensó satisfecho. Aquel era un de los días más importantes de su vida.
–Las cosas van a empezar a cambiar… –sentenció.

Pasaron los años. El pueblo olvidó el nuevo cementerio. Las viudas continuaban visitando a sus difuntos como siempre. Y cuando les llegaba la hora pedían ser enterradas en el antiguo cementerio, el de toda la vida, a poder ser al lado de sus esposos. Y continuaban pagando el precio que marcaba el cura.
Alvarado Fernández estaba desesperado. 
–¿Cómo pueden pagar tanto por algo que pueden tener gratis? –le preguntaba a su mujer.
Lo cierto es que el cementerio civil estaba vacío. El alcalde había ofrecido trasladar sin coste alguno los restos de los difuntos de las familias que lo pidieran, pero nadie en el pueblo había formulado jamás petición alguna. Ni siquiera las familias de los fusilados, a las que tanto se las había humillado en el pasado, habían querido desenterrar a sus muertos para trasladarlos al vistoso mausoleo que el alcalde había construido para ellos.
La situación era tan grave que el alcalde se vio obligado a despedir al enterrador.
–El problema, señor alcalde, es que no está bendecido. Nadie vendrá a enterrarse hasta que el cura lo bendiga.
De pronto, el nuevo enterrador, un hombre taciturno por lo general, había roto su silencio y le había dado la solución.
Pero el alcalde no estaba dispuesto a hablar con el cura. El enterrador le dio las buenas tardes y se despidió.
El alcalde sabía que aquel hombre taciturno pero valiente iba a ponerse a trabajar con su primo. Al final el cura le estaba ganando la partida.
Las cosas siguieron como estaban. Hasta que ocurrió algo inesperado. El pobre alcalde se puso enfermo y se murió. Fue visto y no visto, una enfermedad muy rápida, casi ni se enterró de que se iba a morir.
Pero no tan rápida como él quisiera.
Aún le dio tiempo a ver entrar a el cura por la puerta de la habitación.
–¿Pero qué…?
Tenía la boca seca. Intentaba hablar y las palabras le abrasaban la lengua. El cura se dispuso a iniciar el rito de la extremaunción. El alcalde pido un papel y logro garabatear una frase. Después, por señas, logró que el papel llegara a las manos del cura.
En el papel ponía: “La religión es el opio del pueblo”.
El cura lo leyó y sonrió.
El alcalde fue enterrado en el cementerio parroquial. Su mujer pagó religiosamente el nicho.

(relato perteneciente al libro "La vida mientras tanto", Ed. Groenlandia, 2011)



domingo, 8 de junio de 2014











SHINE A LIGHT, THE ROLLING STONES


Olvidemos los divorcios.
Olvidemos las peleas.
Olvidemos el miedo.
El error.
La pena.
Olvidemos los gritos.
Olvidemos los tiros.
Olvidemos los besos, las sobredosis, los autobuses y las autopistas.
Olvidemos las madrugadas vacías.
Olvidemos los vasos a rebosar.
Olvidemos las palabras, los cuchillos, la mirada que atraviesa la piel,
el cuerpo que cae al río, el hielo y su fuego.
Una canción, dame una canción.
Nosotros sabemos donde está la curva.
Nosotros hemos cruzado cien veces ese puente roto.
Una canción, dame una canción.
Una canción que lanzar contra la vida.
Una canción para calentar la casa.

Olvidemos las mentiras.
Olvidemos el amor que se escribe.
Olvidemos las palabras de sílex y metal imperfecto.
Olvidemos que hay un nombre para cada herida que nos tiene atados.
Una canción. Sólo una canción.
Que tus ojos brillen en la noche. Que tu risa salte la hoguera por ti.
Mira a los otros. Todos se muerden y cantan y luego duermen y lloran.
En esta casa sin puertas sólo una canción puede cerrar la vida.
Algún día alguien dirá “yo estuve allí” y no seremos nosotros.
Dame una canción para calentar la cama.
Cuando tus manos y mis manos no bastan…


(Poema perteneciente al libro "El final del banquete", fotografía de A. V. F.)

lunes, 5 de mayo de 2014





Ya se sabe que hay muchos, muchísimos escritores hablando de cómo escribir. Hay libros interesantes, como los 99 consejos de Chejov, y hay millones de citas repartidas por todas partes. Parece que todos tienen un idea propia sobre cómo escribir y se muestran la mar de contentos al ser preguntados por ello. Pues bien, eso no tiene ningún mérito. Preguntar a un escritor cómo escribir es preguntar a un barrendero como barrer. Te dirá que no tiene ningún secreto. O te dirá que es más complicado de lo que parece. En cualquier caso lo que le estás preguntando es un hecho tan natural y tan cotidiano para él que no podrá salirse de unos marcos prefijados y generalmente muy restrictivos. Pocas citas de escritores sobre cómo escribir me parecen realmente interesantes. Pero no me ocurre lo mismo con las citas de pintores o músicos o fotógrafos. Porque sus palabras muchas veces trascienden su propio trabajo y su propia disciplina y son tan válidas para un escritor como cualquier otra cita de un escritor sobre su trabajo. O a veces son mejores aún, por inesperadas, concisas, lúcidas y desvergonzadas.
Vlaminck, el pintor que usaba los colores como cartuchos de dinamita, dirá de él mismo: “era un bárbaro tierno”, y esa es la mejor definición que conozco de algunos escritores aparentemente huraños y con cierta tendencia al salvajismo verbal, que no voy a nombrar porque se sentirían ofendidos con el calificativo de “tiernos”, pero que en el fondo lo son, porque no pueden evitar un cierto amor, clandestino y autoreprochable, por la humanidad. Cada uno que piense en su bárbaro tierno particular. Yo me guardo los míos.
Gauguin, por su parte, nos descubrirá lo fácil que es no cruzar la línea adecuada: “Nada se parece tanto a un mal cuadro como una obra de arte”. Y sí, nada se parece tanto a una buena novela como una mala novela, o a una buena película como una mala película, o a una buena foto como una mala foto. Caminar por el borde y caer en el lado bueno, ese es el mérito o la suerte de algunos.
¿Y cuál es el sentido del arte (y de la literatura, y de todo lo demás…). Pues muy fácil. Sólo hay que preguntárselo a Braque: “El arte está hecho para turbar. La verdad existe. No se inventa más que la mentira”. ¡Ay! ¡Braque, Braque! ¿Por qué dejaste que Picasso se llevara el premio gordo, cuándo podría haber sido tuyo?
Misterios de la naturaleza humana aparte (¡Cuántos talentos se han perdido por falta de ambición terrenal!), continuaremos con lo nuestro…
“Entre mi cabeza y mi mano está siempre la figura de la muerte”, confiesa Picabia. Y yo me pregunto cuántos escritores tienen siempre presente en sus obras la figura de la muerte, o mejor dicho, cuántos no la tienen. Y no digo en algún momento, sino a todas horas, constantemente, como una amenaza velada, inconsciente casi siempre, pero que influye y determina cada una de sus palabras, de sus obras.
Pero vamos a entrar en harina. A las cuestiones prácticas. Hay dos formas de pintar, y dos formas de escribir. Y esas dos formas dependen, básicamente, de hacia dónde apuntas tu pistola. ¿Vas a desgarrar el alma, el corazón, la mente? ¿Vas a quedarte en la superficie, en la piel, en lo físico? ¿Vas a bucear en lo oscuro, en la densa negrura interior?
Dalí, con su método para todo el mundo y para todas las circunstancias (sí, me refiero a esa gallina de los huevos de oro: su método “espontáneo de conocimiento racional basado en una asociación interpretativa-crítica del delirio”) se autodescalifica a la primera de cambio. Se planta y de ahí no sale. Su castillo está tan lleno de fantasmas como de sólidas defensas.
Magritte se va al otro lado, a él le gusta nadar en aguas cristalinas y a poder ser cálidas: “Mi interés reside particularmente en provocar un choque emocional”.
Particularmente yo me quedo con Jean Puy. Un pintor con un gran desnudo mundialmente ignorado (y eso que le pone el rosa que el crítico Robert Hughues quería en la teta de la maja). De Jean Puy sabemos muy poco y con eso nos basta para dedicarle la atención que se merece. No estará nunca donde los ejecutivos cuelgan sus cuadros invisibles pero no le importa. Él lo tiene muy claro: “Pintar aquello que es capaz de sacudir la carne y el pensamiento a la vez”. ¿Nos sirve a nosotros? Pues sí. Prueba a cambiar de verbo y ponte delante de un papel, es difícil conseguir ambas cosas, pero la explosión está asegurada. Luego ya es simple cuestión de decidir qué cantidad de dinamita quieres poner.

Cómo escribir (según los pintores)


martes, 8 de abril de 2014





Dos proyectos en prensa....



Proyecto uno: extracto.









Queridos reyes magos. Este año he sido muy buena y me gustaría que me trajerais un lápiz y una goma de borrar para la escuela y un paragua para no mojarme los días de lluvia si puede ser.

Así empezaba y así terminaba una carta a los Reyes Magos de una niña española de los años cincuenta, es decir, de hace bien poco. Evidentemente era una niña muy humilde. No pedía juguetes, ni siquiera una simple muñeca. Pedía algo que nosotros no valoramos lo más mínimo, algo que tenemos de sobra en nuestras casas, algo práctico y trivial, casi insignificante. Después de leer esa carta cambié mi punto de vista sobre los paraguas. (...)



Proyecto dos: extracto.







(...). Desde hace unos pocos años, la línea Valencia-Teruel-Zaragoza, con prolongación hasta Huesca y Canfranc, la única línea de ferrocarril que queda en la provincia, se remodeló por completo y se adaptó para que pudieran circular expresos. Así, los viajes desde la capital de la provincia hacia Valencia o Zaragoza son ahora mucho más rápidos y cómodos. Lo que era una línea casi agonizante goza hoy en día de buena salud y tiene, si no cambian las cosas, muchos años de futuro por delante. Pero no siempre ha sido así. Y quienes hayan viajado asiduamente en tren por esta provincia sabrán de lo que hablo. Peor suerte han corrido las dos grandes líneas de vía estrecha que nacían en esta provincia: el ferrocarril Sagunto-Ojos Negros y el ferrocarril Zaragoza-Utrillas, dos ferrocarriles mineros que fueron desmantelados a finales de la década de los sesenta. (...)



PRÓXIMAMENTE EN SUS PANTALLAS...


miércoles, 5 de marzo de 2014










V.
Hay que tener las manos muy sucias para llegar a la veta más pura.
VI.
Cada solución engendra un nuevo problema.
VII.
De los errores uno aprende a equivocarse mejor.
VIII.
La perfección no existe, pero la imperfección se puede ocultar.




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