CONTRAPUNTO
ANDRÉS
Si hasta había invitado a una
pareja joven a pasar la noche en el cuarto de al lado para que hicieran
chirriar los muelles de la cama y que eso les sirviera de estímulo.
Fue una noche que
salieron a cenar con sus compañeros de trabajo. Andrés había bebido, se había
ido de la lengua más de la cuenta y había contado a un compañero que Juan se
había separado de su mujer. Después había dejado que la noticia se pregonara.
Cuando toda la mesa estaba al
corriente, Andrés miró a su compañero y le dijo, sin ser consciente de su
cinismo:
– Tenía que acabar por saberse, estaba
claro.
Algunas horas después Irene invitó a la
pareja.
–Si no tenéis donde ir, podéis venir a
nuestra casa. Tenemos sitio…
Pero la pareja joven tenía donde ir y
ella y Juan tuvieron que irse solos. El niño estaba con la abuela y no tenían
que levantarse pronto. Después de todo no era mal momento para hacer el amor.
Ni siquiera lo intentaron.
Menos de tres meses
después Andrés era motivo de conversación. Su mujer lo había dejado.
Sus compañeros fumaban y bebían.
–Tenía que saberse. Al final todo se
sabe –exclamó uno.
–Pues no me lo hubiera imaginado nunca
–añadió otro.
Las mujeres callaban.
IRENE
Irene siempre tuvo
claro lo que no quería ser. Y siempre pensó que bastaba con eso.
Aprendió a leer y escribir en un
colegio de monjas. Cuando le preguntaban: “¿Qué quieres ser de mayor, nena?”,
respondía, tajante:
–Monja no.
A los dieciséis años
una amiga suya se quedó embarazada. Compendió que no quería ser madre soltera.
Su hermana mayor se
caso con un hombre que no la amaba y un día pensó en suicidarse y descubrió que
nada la ataba a la vida. Irene se juró que nunca sería una ama de casa
resignada y triste.
Irene siempre tuvo claro lo que no
quería ser.
Lo que no se explicaba es cómo había
acabado convirtiéndose exactamente en eso.
En lo que más odiaba.
IRENE
Y ANDRÉS
Poco antes de que todo
se destapara Irene fue vista en un rincón de la pista de baile, besándose con
un hombre.
Andrés estaba apoyado en la barra,
bebiendo. Alguien que no le tenía mucha simpatía fue a decírselo.
–¿Mi mujer? Imposible.
Se ha marchado a casa –respondió tranquilamente. Y continuo bebiendo
El otro insistió:
–Que sí, que es tu mujer…
Te equivocas –volvió a
responder, un poco más nervioso.
Aquel hombre se
equivocaba.
Pero todos le creyeron.
Incluido Andrés
CLAUDIA
A Andrés le gustaban las cenas de
trabajo. Sobretodo si su mujer no le acompañaba. Entonces podía fumar, beber,
fanfarronear y contar todos los chistes verdes que le diera la gana, por muy
soeces o poco graciosos que fueran.
Aquella noche había ocurrido algo extraño. Su mujer lo
había acompañado durante la cena. Pero después, cuando en la misma puerta del
restaurante surgió la habitual disputa entre los que querían continuar la
fiesta en un bingo y los que preferían una discoteca, había anunciado inesperadamente
que se iba a dormir y, lentamente, como si pasease, se había marchado calle
abajo.
Desde ese momento su humor había mejorado. No bailaba,
porque no le gustaba bailar, pero se sentía estupendamente. Había conseguido
olvidar lo que le esperaba al llegar a casa. El alcohol y las bromas servían
para eso, para olvidar, para sentirse uno más entre la multitud, un buen
compañero en el trabajo y un buen camarada en las noches de juerga.
Por eso le sentó tan mal la noticia.
¿Irene? ¿Si me había dicho que…? ¿Si yo mismo la he
visto irse? En unos segundos todo se detuvo. Las luces de la pista se apagaron,
la música paro. Estaba a punto de echarse a llorar cuando recordó que no podía
dar ese gusto a sus compañeros. Probablemente la información había pasado de boca
en boca. Todos estarían esperando su reacción…
Sin embargo, el mensajero se
equivocaba. Irene no estaba besándose con ningún hombre. La penumbra de la
pista había contribuido a crear un malentendido, como también el hecho de que
su pareja estuviese de espaldas y llevara el pelo corto.
No. Irene no estaba con ningún hombre.
Estaba con Claudia.
La mujer de Juan.
JUAN
Lo que son las cosas.
Juan pensó que nunca iba perdonar a
Andrés. Se lo había contado a él. Sólo a él. Sí. Al final todo se sabe. Pero no
tan pronto… Por su culpa ya no podía mirar a sus compañeros a la cara. Era el
apestado. Cada día lamentaba no haber cambiado de trabajo cuando hace dos años
tuvo oportunidad. Entonces aún creía que lo suyo con Claudia tenía arreglo…
¡Qué iluso!
Pero,
cómo es la gente, lo cierto es que cuando se entero de que a Andrés también lo
había dejado su mujer, fue de los primeros en llamarle.
Desde
hace meses salen juntos a tomar algo todos los sábados.
Con
los demás casi ni se hablan.
Algunos
están empezando a pensar mal.
(foto de A. V. F.)
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