VIEJAS HISTORIAS DEL VIEJO MUNDO.
EL LIBRE MERCADO EN LOS TRANSPORTES PÚBLICOS...
Empezaremos con un cuento sin final
feliz. Era una vez un trenecito, honrado, humilde, trabajador… (Sí, el
trenecito no puede ser todo esto, pero sus empleados sí). Luego llegó el
progreso. Y con el progreso la competencia: coches, camiones, autobuses. Pero
la gente se resistía a dejar de usar el trenecito, que pese a todo cada vez era
menos rentable. Hasta que al final alguien (desde algún despacho lejano, como
no) decidió a cerrarlo. ¿Y qué pasó entonces?
Bueno. Esto no es una historia
inventada. En la segunda década del siglo XX se cerraron en España muchas
líneas de vía estrecha. Tomemos un ejemplo, de los muchos posibles…
Leo en el libro “El ferrocarril
vasco-navarro” de Juanjo Olaizola Elordi el siguiente texto:
“Sin lugar a dudas, los
grandes beneficiados del cierre del Vasco-Navarro fueron las compañías de
autobuses, principalmente “La Vegaresa”, mientras que, como suele ser habitual,
los más perjudicados fueron los usuarios. (…) Las tarifas de los
autobuses de “La vergaresa” siempre fueron notablemente más elevadas que las
del ferrocarril, incluso utilizando los abonos que expedía dicha empresa, por
lo que el tren, merced a los bajos precios, siempre contó con el favor de los
viajeros. El mismo día de la clausura del servicio ferroviario, la compañía de
autobuses amplió el servicio, pero eliminada la competencia, decidió
suprimir todo tipo de abonos, lo que causó la lógica indignación de los
usuarios.”
(el subrayado es mío)¿Y bien?
¿Cuántas veces hemos oído la misma historia? ¿Cuántas veces la oiremos más?
Una pista: Este ferrocarril
desapareció en 1967. Ahora el ministerio de Fomento está planeando el cierre de
70 servicios de ferrocarril (lo que ellos llaman “Rutas no rentables”) y su
sustitución por líneas de autobuses. ¿Quién ganará y quién perderá? Es fácil
saberlo.
Esto me recuerda que uno de los pilares
básicos de los teóricos del capitalismo (no de los capitalistas, que son otra
gente) era la libre competencia. Pero esta libre competencia cada vez es más
una quimera que una realidad.
Recordemos que en la España anterior a 1873
(la primera gran crisis capitalista, que entonces les pareció muy mala porque
no sabían lo que venía después), existían más de 40 bancos privados y que en la
España posterior a la crisis de 1873 estos bancos se redujeron a menos de 10 (y
esto pasó en un par de años). De manera que las crisis producen, como es bien
sabido, una concentración de capital; y eso significa no sólo que el pez grande
se come al chico sino que el pez grande se hace más y más grande cuantos más
peces pequeños se va comiendo. ¿Y dónde queda la competencia entonces? Pues es
fácil imaginárselo… Aunque realmente esto no es nada del otro mundo, pues el
capitalismo, por mucho que se diga lo contrario, tiende siempre al monopolio, en
todas sus formas posibles.
¿Quién debería velar por el bien de los
ciudadanos, que no suele ser el bien de los capitalistas (aunque aún haya
bastante gente empeñada en seguir manteniendo lo contrario)?
Los que legislan. Porque la legislación es
la que pone límites a lo que una empresa puede o no puede hacer (al menos en
teoría, obviamente). Pero desde hace muchos siglos en España, como en la
mayoría de los países, los que legislan no sufren los resultados de su
legislación y los que sufren los resultados de esta legislación no tienen mucha
capacidad para decidir qué se legisla y cómo.
Las reglas del juego son muy simples, pero
no está de más recordarlas. O dejar que nos las recuerden…
“Regla número uno: hay que respetar las
convenciones del juego”. Regla número dos: Sin embargo, el juego no debe ser
demasiado evidente”.
Así describe Sabino Méndez en su libro
“Corre, rocker: Crónica personal de los Ochenta” el negocio de la música. Y
esto vale hoy en día para la política. Un juego muy educado y caballeroso donde
unos hacen como que gobiernan por el bien del resto y donde el resto hace como
que aceptan ser gobernados por esos, e incluso, cuándo les toca y según viejas
costumbres perfectamente reguladas, hacen como que son ellos mismos los que se
gobiernan a ellos mismos. Esto a mí me recuerda esas antiguas fiestas de
pueblos donde por un día (y sólo por un día) las mujeres gobiernan a los
hombres o el pueblo destituye al alcalde y pone a alguna figura folclórica y
anecdótica en su lugar. Bien, ese día todo el mundo se lo pasa bien y disfruta
de la fiesta. Pero al día siguiente todo sigue como siempre. Y todos tan
contentos.
Nos han educado desde bien pronto para
seguir al rebaño y lo seguimos dócilmente. A fin de cuentas el rebaño está
guiado por el pastor y el pastor, obviamente,
siempre cuida de sus ovejas. ¿Correcto?
¡Ah! Por cierto… ¿Recuerdan esa línea de
autobuses del cuento, “La Vergaresa”? Sus dueños prometieron, cuando se dijo que iban a quitar el tren, que ellos no subirían sus precios. Y sí,
cumplieron su promesa: los precios no subieron. Pero el resultado final fue el
mismo: el usuario tuvo que pagar más por su billete. A eso lo llamo yo “el arte
de la política”. Y ese arte se ha ido mejorando con los años, porque como cada
vez el público está más avispado, cada vez el truco tiene que ser más complejo.
Y sí, parece mentira, pero hay que reconocer que aún nos siguen tomando el
pelo. Pero ya se sabe.
(foto de A.V. F.)
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