Algunas consideraciones sobre el viejo vicio de escribir...
Cojamos a dos
escritores cualquiera, dos escritores de aquí, de casa, de los de los buenos
tiempos. Hagámosles la pregunta del
millón…
ANTONIO BUERO VALLEJO: Sólo sé que necesito expresarme
escribiendo y que necesito comunicarme con los demás de ese modo. Después creo
saber también que escribo para plantear problemas, para buscar verdades, para
abrir ojos, para ayudar, para criticar; para otras muchas cosas…
MIGUEL DELIBES: Llega un momento en que escribes como
un deber hacia los demás. Al principio, no. Escribes con la ilusión de comerte
el mundo, de hacer algo importante, la gloria, etc. Necesito escribir pero no
soy feliz escribiendo, salvo algunos días.
¿Escribir como deber?
¿Escribir por placer? ¿Escribir para los demás? ¿Escribir para uno mismo? Delibes
va más lejos…
… La felicidad, si podemos emplear ese término, no llega
hasta la última redacción, hasta la definitiva, cuando aquel magma confuso que
te ha costado quebraderos de cabeza, vigilias, va aproximándose a aquello con
lo que soñabas. Y, entonces, esas horas dedicadas a la obra, esas últimas
horas, sí te proporcionan un cierto estado de felicidad. Pero hasta llegar ahí,
no. Y, por supuesto, no en todas las ocasiones.
Cuando leí estas palabras
pensé inmediatamente en Truman Capote y su famosa frase: “A quien Dios le da un
don le da también un látigo y ese látigo es únicamente para autoflagelarse”. Y
pensé sobretodo en esa segunda parte, en el verdadero sentido del látigo. Uno no
escribe contra los demás. En la mayoría de los casos, uno escribe contra sí
mismo.
Ejemplos terribles de lo que
supone escribir los tenemos por todas partes. Pero lo sorprendente, lo que
resulta sorprendente para alguien ajeno a la literatura y a cualquier trabajo
creativo, es el hecho de que los individuos que padecen estos sufrimientos,
muchas veces no sólo no hacen nada por evitarlos, sino que incluso los buscan. “Toda
buena literatura es nadar bajo el agua y contener la respiración”, decía Scott
Fitzgerald. Nadar bajo el agua y contener la respiración es emocionante, hasta
que a uno le empieza a faltar el oxigeno. Y el mérito entonces no es salir a
toda prisa hacia la superficie, sino tratar de aguantar el mayor tiempo posible
bajo el agua. Pero eso es un trabajo inútil. Y por tanto la literatura siempre
está abocada al fracaso, porque al final todos nos rendimos. O eso o
simplemente nos ahogamos. Él dice “tratar”, porque el intento es algo de por sí
valioso. Con sólo intentarlo ya se merece uno el título de escritor. Lo demás,
obcecarse en aguantar en el fondo, es suicida. Pero el mundo está lleno de
escritores suicidas. Suicidas en la vida y suicidas en la literatura.
Por suerte algunos se lo toman
con sentido del humor, como Enrique
Vila-Matas cuando nos confiesa a través de su alter ego literario: No sé por qué
extraña razón me convencí de que para ser un buen escritor había que estar
completamente desesperado. Pero debajo de la ironía de estas palabras está
un convencimiento profundo por parte de toda una serie de generaciones de
escritores que arrancan en el romanticismo y que consideran que del dolor se
puede sacar mayores enseñanzas y es una materia literaria más valiosa que el
placer o la simple y doméstica felicidad. Su lema, “vive mal para escribir
bien” no podía ser más claro.
Naturalmente existe otro grupo de escritores. Los que
pretender llevar una vida normal y sufren terriblemente cuando no lo logran,
como Kafka queriendo casarse para ganarse un lugar en la sociedad y en la
familia y al mismo tiempo rebelándose violentamente contra lo que el matrimonio
supone. O como Sándor Nárai tratando de salvar su matrimonio y de vivir de su
trabajo como periodista pero al mismo tiempo pensando que La escritura no es
una tarea para una persona sana, un persona sana es una persona que trabaja
para acercarse a la vida, mientras que un escritor trabaja para acercarse a las
profundidades de su obra, donde lo esperan peligros, terremotos, abismos,
incendios. Una soledad gélida me envolvía. Era algo más que la soledad del
extranjero, surgía de mi interior, de mi ser, de mis recuerdos; era la soledad
sin esperanzas que caracteriza al escritor.
¿Soledad sin esperanza, placer a cuentagotas (el placer
del adicto, el placer esquivo y costoso por el que se puede llegar a casi
cualquier sacrificio) o deber social, en qué quedamos?
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