UNA
HISTORIA MODERNA
Coincidimos en el rellano y los dos nos
llevamos un pequeño susto. Él encendió la luz y yo llamé el ascensor. Bajamos
juntos en silencio. Después salimos juntos a la calle. Creo que él llegó a
balbucear un “Buenos días” apagado y casi inteligible. Yo no dije ni mu. Uno no
tiene ganas de hablar a las seis de la mañana.
Curiosamente volvimos a coincidir por la
tarde. Esperamos el ascensor y subimos juntos. Tampoco hablamos mucho, pero
recuerdo que cuando me vio dijo: “Ya queda menos”, y a mí no me gustó su tono: un
tono alegre, un tono que juzgué demasiado alegre (aunque sonreí con
condescendencia, por supuesto); y tampoco entendí a qué se refería. ¿Para qué
quedaba menos? ¿Para las vacaciones? ¿Para la tumba? ¿Para el partido del
domingo? De todas formas la frase se quedó grabada en mi mente sin poderlo
evitar. Y me la repetí varias veces hasta que mirando el calendario, de
repente, di un salto de alegría. Me pareció que él, sin querer, me había dado
una gran noticia: aquella era la última semana que tenía turno de mañana. Yo
sabía lo que aquello significaba… Lo que no entendí es cómo se me podía haber
pasado por alto… ¡Algo como eso! Yo siempre estaba al tanto de sus horarios. Y
siempre esperaba con impaciencia o con resignación sus cambios de turno.
Estábamos a miércoles. Lo primero que
hice cuando me levanté al día siguiente fue enviar un e-mail a Noelia. Se lo
envié desde mi despacho, aprovechado la pausa del almuerzo. Ella me contestó a
las dos y media, aprovechando su hora de comida. El e-mail era muy corto: “Sí.
Ten paciencia”. Sólo eso. Pero confirmaba lo que yo pensaba. Y además Noelia
había tenido el detalle de incluir un archivo adjunto con dos fotografías
suyas. En la primera se veían sus piernas, sus piernas desde los muslos hasta
los pies. Llevaba unos zapatos negros de tacón y unas medias finas también
negras. Noelia tenía unas piernas largas y delgadas y unos pies pequeños y
elegantes. Estaba sentada en su silla de trabajo, junto a su escritorio. Esa
foto no estaba mal, pero la segunda era mejor. Era un primer plano de sus
pechos. No estaban al aire, sino tapados por una camisa a rayas. Pero pese a la
gruesa tela de la camisa se veía claramente que no llevaba sujetador. Se lo
debía haber quitado para hacerse la foto. Y debía haber hecho algo más. Sus
pezones estaban duros. Se incrustaban en la tela como si quisieran traspasarla.
Era evidente que había estado tocándose. Me la imaginé sentada en el retrete,
con las bragas por los tobillos y una mano sosteniendo el móvil mientras la
otra se sumergía en esa selva espesa bajo la cual yacían todas mis esperanzas
de felicidad. Aquello era un mal augurio y un buen preámbulo. Se avecinaban
días horribles y maravillosos. Días de deseo ardiente y de infernal tormento.
Yo estaba ansioso y nervioso. No sabía que hacer para distraerme.
Por fin llegó el lunes y no pude menos
que darle las gracias por las fotos. Ella no solía enviarme muchas fotos
últimamente. Tenía miedo de que alguien pudiera abrir sus correos. Se contaban
historias de jefes que espiaban a sus trabajadores y ella había cogido miedo.
Antes me enviaba unas fotos increíbles. Ahora se mostraba más recatada, pero,
de todas maneras, aquello era muy
peligroso.
La semana empezó bien. El lunes fue un
buen día. Tuvimos tiempo suficiente. Ella había dejado un body y dos faldas en
el tendedero de la terraza, además de una buena provisión de bragas. Cuando
llegué a casa ella aún no había vuelto del trabajo y pude vestirme
tranquilamente. Y aún tuve tiempo de ver algunas galerías de fotos, preparar
varios videos y leer un par de historias morbosas en uno de mis foros
preferidos. Después ella entró silenciosamente y se preparó en el pasillo. Fue
un buen día, ya lo digo. Yo no sabía que iba a darme una sorpresa. Algunas
veces lo he sospechado por algún pequeño indicio. La cantidad o el tipo de
ropas del tendero, o un extraño retraso injustificado, me han puesto sobre
aviso. Pero aquel día no me percaté de nada raro y por tanto la sorpresa fue
mayor.
Entró en el despacho vestida de policía
(ella me confesó luego que era un disfraz de carnaval, tomado prestado de una
amiga). Apareció de repente. Dando un golpe a la puerta. Me llevé un buen
susto. Mi cuerpo dio un salto y la silla se balanceó por un instante de un modo
tan inesperado que casi se vence hacia atrás. Aquello debió divertirle mucho,
pero no perdió su aplomo. Ni quisiera dejó escapar una pequeña carcajada.
Mientras entraba había gritado: “Arriba las manos”, y mientras avanzaba hacia
mí me apuntaba con una pistola de juguete.
La pistola parecía auténtica, hay que decirlo. Y ella era muy buena
actriz… Su aspecto era realmente el aspecto de un policía en plena misión. Yo
estaba desconcertado. Desconcertado por sus apariencia y, sobretodo,
desconcertado por sus palabras. Por su voz… Llevaba tanto tiempo sin escuchar
su voz que me costó reconocerla. Había olvidado que tenía una voz preciosa.
Ella podía permitirse el lujo de hablar porque aquello era un simple juego.
Pero yo comprendí que renunciar a su voz había sido un error. Al margen de esto
ella estuvo espléndida. Lejos de tener bastante con su aparición (fue lo que se
dice una aparición estelar), se sacó del bolsillo unas esposas y me esposó a la
cama. Eran unas esposas auténticas, compradas en un sex shop para la ocasión.
Ni que decir tiene que nos olvidamos del ordenador. Antes de irse me dejó jugar
a mí con las esposas. Se rió al descubrir que yo llevaba sus bragas rojas de
encaje (“Sabía que elegirías esas”, murmuro.) y yo me reí cuando ella sacó un
pequeño tarro de vaselina justo en el momento en que yo iba a buscarla en mi cómoda.
Fue una maravillosa manera de empezar un cambio de turno.
Quizá por eso, por contraste, el martes fue
un día verdaderamente horrible. Lo cierto es que se juntó todo. El director de
la sección de tratamiento estadístico de datos me pidió un informe a última
hora y eso me hizo perder un tiempo de oro. Cuando llegué a la autovía era hora
punta y me pilló de lleno el atasco. No llegué a casa hasta casi las nueve y no
tuvimos tiempo para nada. Ni siquiera pude cambiarme. Noelia ya estaba a punto
de marcharse cuando yo entré.
–Déjame dos minutos –le pedí.
Me fui directo al ordenador. Busqué una
de mis páginas comodín. Habían pocos videos nuevos y no parecían demasiado
interesantes. Pero no tenía tiempo para ponerme a buscar en otros sitios. A mí
me gusta variar, buscar cosas nuevas, ver lo que son capaces de hacer algunos
(y lo que se atreven a enseñar). Pero a veces esos rastreos se hacen muy
largos. O el servidor falla o no encuentro la palabra clave adecuada. O
simplemente busco por donde no debo. Normalmente Noelia es paciente. No suele
protestar. Pero yo sé cuando tiene prisa y intento ser rápido. No quiero
meterla en un lío.
Comprendí que aquel no iba a ser un gran
día. Las páginas comodín son las mejores para días así. No son nada especial,
pero tienen muchos videos y fotos. Entré en la sección Voyeur y seleccioné un video de una pareja follando en el balcón de
un hotel. No era un video nuevo. Ya lo había visto varias veces y por eso mismo
sabía que el video no estaba mal. No era muy corto. La imagen era buena, aunque
sólo había sonido ambiente, como es lógico. Ellos follaban con ganas. Lo hacían
a pleno sol y me preguntaba cuántos les habrían pillado. Hay videos que
engañan. Pero ese parecía un video sin trampa ni cartón.
Llamé a Noelia. Ella se colocó entre mis
piernas. Pulsé el play. Las prisas y el malhumor hicieron que tardara demasiado
en excitarme. Noelia lo hizo bien. Como a mí me gustaba. Despacio, alternando
sus chupadas con lamidos y con caricias. Ella también tenía prisa pero estaba
muy concentrada en lo que hacía. Yo no. Esa era la diferencia. Cuando el video
terminó busque rápidamente otro. Puse el siguiente de la lista. Otra pareja.
Pero en su dormitorio. Lo cerré y abrí otro. Él último. No podía perder ni un
minuto más. O éste era bueno o tendría que apañármelas como pudiera. La página
tardó en cargarse y solté un taco. Noelia no se movía. Levantó la cabeza y me
miró preocupada. Pero le acaricié el pelo y volvió a bajar la cabeza. No había
parado de tocármela. Pero mi polla estaba al cincuenta por cien. Y ella sabía
que no podía hacer mucho más si yo me ponía más nervioso. Por fin empezó el
video. Era una orgía. Dos mujeres para cuatro o cinco tíos. No me gustan estos
videos porque normalmente se cortan en el mejor momento. O parecen una cosa y
luego son otra distinta. Pero éste era bueno. Desde el primer fotograma supe
que iba a servir. Era un video vintage. De los sesenta o principios de los
setenta. No era amateur, pero era muy hippy, muy espontáneo. Las mujeres lo
hacían bien. La imagen no era demasiado nítida pero el sonido era bueno. Los
gemidos parecían auténticos. Cerré los ojos e intenté relajarme. Había mirado
el reloj del ordenador. Y eso no ayudaba nada. Noelia levantó otra vez la
cabeza, me miró fijamente durante un momento y sonrió. La cosa iba bien.
Algunas veces ella miraba de reojo los videos y otras veces, cuando yo acababa,
ella se sentaba a mi lado, en otra silla, y se hacía una paja mientras los dos
mirábamos la pantalla. Eso era lo normal, pero algunas tardes era yo quien se
ponía de rodillas, entre sus piernas, y era ella quien veía el video. Tengo que
decir que a mí lamer coños no me atrae especialmente. Pero intento hacerlo lo
mejor que puedo. “Si vas a hacer algo, mejor hacerlo bien”, es mi lema.
Aquel día no había manera. Yo estaba muy
tenso. Empecé a mirar de reojo a Noelia. Pensé que en cualquier momento iba a
levantarse, o a preguntarme si quería que lo dejáramos. Pero bajó la cabeza y volvió a metérsela en
la boca. El video terminó. Ya no había tiempo para más. Volví a cerrar los
ojos. Noelia chupaba despacio, con ganas. Lo sabía hacer muy bien. Cambiando el
ritmo de tanto en tanto, acoplándose a mis estados de ánimo. Me corrí. Me corrí
con un largo y potente chorro. Noelia apartó la boca pero no soltó la polla. Ella
no pone reparos a casi nada, pero no soporta tragarse el semen. Una vez lo
intentó, pero le dieron ganas de vomitar.
Al final, increíblemente, todo había
acabado bien. Salió rápidamente de mi casa y casi al momento escuché otra vez
su puerta. “Nos hemos librado por poco”, pensé. Su marido es alto y fuerte.
Noelia siempre dice que es un trozo de pan, pero yo no me fió.
Aquel día volví a decirme que estaba
jugando con fuego. Pero aquello no iba a detenernos. Llevábamos ya mucho tiempo
como para poder parar. Ella no pensaba parar, desde luego. Ni yo tampoco… ¿Cómo
había empezado todo? Ya casi ni me acordaba. Las primeras veces yo quise
hacerle el amor, por supuesto, pero ella se negó en redondo. Y luego le fui
cogiendo gusto a otras cosas. Fue algo que sucedió de una manera natural. Yo no
le prohibí que hablara, por ejemplo, pero un día Noelia decidió que era mejor
que entre los dos no existieran las palabras. Si alguno de los dos tenía que
preguntar algo, normalmente bastaba con una mirada o con un gesto, pero para
casos extremos utilizábamos el ordenador. Era como una especie de chat. Yo
escriba una frase y le cedía los teclados. Y ella escribía la frase siguiente.
Pero antes de eso probamos otras cosas.
Ella fue mi Ama durante unas semanas.
Y luego intercambiamos los papeles. Aquello estuvo bien al principio, pero
luego empezamos a enviarnos e-mails y sms con ordenes que el otro debía cumplir
inexorablemente estuviera donde estuviera, y claro, la cosa se nos fue de las
manos. Por suerte supimos parar a tiempo. Luego probamos a follar vestidos. Fue
una manera de compensarme por mi obediencia y disciplina. Lo más cerca que
estuve de tener una relación completa con ella fue cuando aprovechando un
momento de descuido le aparté las bragas y acerqué la polla a su coño
desprotegido, pero ella reaccionó muy rápido y volvió a poner las bragas en su
sitio. No me reprochó nada. Al menos no directamente. Yo me corrí encima de sus
bragas y no volví a intentar nada.
Aquel pudo ser el final de nuestra
relación. Pero pronto encontramos nuevos juegos. Uno me gustaba especialmente.
Ella me mandaba un mensaje y cuando yo lo recibía tenía que llamarla por
teléfono. Entonces empezaba a fingir. Hacía como que hablaba con un vendedor. O
con su hermana. O con una prima lejana. Yo sabía que su marido estaba en casa y
sabía que ella intentaría masturbarse mientras hablaba conmigo. Le decía todas
las obscenidades que se me ocurrían y ella contestaba cosas como :“No. La nueva
tarifa no me interesa”, pero tan pronto como podía se metía en su habitación,
se sentaba en la cama y empezaba a tocarse. Y mientras lo hacía me lo iba
contando con todo detalle. Hasta que de repente ella volvía a decir: “No. De
verdad. No me interesa”, y yo comprendía que su marido acababa de pasar por el
pasillo. Y luego volvíamos a empezar. Y así hasta que por fin ella tenía un
orgasmo y yo escuchaba sus jadeos por teléfono, excitado con la idea de que su
marido pudiera entrar en la habitación y descubrir lo que estaba haciendo.
Y así habíamos estado durante meses, y yo
estaba cada vez más obsesionado. Algunas veces pensaba en parar, en dejarlo
estar. Pero luego llegaba el cambio de turno de su marido y todo volvía a
empezar…
De manera que esta semana era como todas.
Cuando yo creía que no se podía llegar más lejos, ella encontraba un nuevo
sendero. Pero en el fondo dábamos vueltas en círculo. Y pese a todo yo deseaba
con toda mi alma que la semana no terminara nunca, que al día siguiente ella
volviera a aparecer por mi puerta.
Llegó el miércoles. Ya habían pasado tres
días casi sin darnos cuenta. Esta tarde no habíamos podido vernos porque ella
tenía un compromiso. Yo me había consolado con el ordenador. Pero pensaba en
ella. Pensaba en ella de un nodo extraño, recordando un encuentro tras otro,
haciendo una especie de recapitulación mental. No era un esfuerzo consciente.
Recordaba todas esas cosas mientras hacía la cena. Era tarde. Estaba cansado.
Me apetecía sentarme y ver la tele. Pero sabía bien lo que iba a pasar. Sabía
que cuando dieran las once me iría corriendo al ordenador. A esas horas ella ya
estaría preparada. Estaba impaciente. Y, a diferencia de otras veces, esa tarde
sentía un cierto remordimiento, una sensación muy molesta. Me parecía que
estaba perdiendo el control… No era la primera vez que pensaba algo así, ni
sería la última… Me conocía bien. Sabía que no esperaría ni un minuto. Sabía
que aquel día sería como todos. ¿Pero qué podía hacer? La idea había sido mía
al fin y al cabo. Aunque partió de un comentario de Noelia. De un comentario
trivial, impensado. Habíamos hablado por teléfono y todo había salido bien. Su
marido había deambulado por la casa sin sospechar nada. Y ella había tenido uno
de esos orgasmos volcánicos que primero parece que te van a hacer saltar por
los aires y luego te encienden y te dejan arrasada, devastada, como si un río
de lava bullera de tu entrepierna y desde allí se expandiera por toda tu piel. Y
entonces, antes de colgar, ella dijo: “¡Ojala me hubieses visto!”. Y yo tuve
una idea diabólica…
De eso hacía más de dos meses. Y cada vez
iba a peor… Ya no lo hacíamos sólo cuando su marido estaba en casa. Lo hacíamos
en cualquier momento, incluso si ese día nos habíamos visto antes. Aquello era
insano. Me llenaba la cabeza de pensamientos de una clase que jamás hubiera
imaginado que pudiera tener. Yo suelo ser una persona práctica. Pero cuando por
fin apagaba el ordenador, la cabeza se me convertía en un nido de murciélagos
ruidosos. Todo eran chirridos y oscuridad. Me sorprendía a mí mismo pensando
que la Noelia real no estaba mal, pero que la Noelia virtual era increíble.
¿Cómo podía ser tan bobo? ¿Cómo podía excitarme viéndola hacer con su marido lo
que no me dejaba hacer a mí?
Ese miércoles, mientras veía la tele para
hacer tiempo, decidí que había llegado el momento de hablar con ella. Después
miré el reloj, apagué la tele, meé, me cepillé los dientes y me fui al
despacho.
Ella encendió la cámara a las 11:08.
Lo primero que vi fue a su marido,
sentado en la cama. Él idiota no sospechaba nada. No tenía ni idea de
ordenadores. Ni siquiera sabía que podía ser grabado. Noelia era cada día más
atrevida. Cuando apareció se colocó inmediatamente encima de él. Yo sólo podía
verla de espaldas, pero en un momento dado ella ladeó ligeramente la cabeza y
lanzó una rápida mirada hacia el ordenador. Me pareció que sonreía. Aquello era
el colmo. Me hice una paja y salí del despacho.
El jueves le envié un e-mail al trabajo.
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