domingo, 18 de agosto de 2024

 







Por qué no vas a leer este libro y por qué deberías leer este libro



Para empezar no debería ni escribir esto. Sería la mejor forma de evitar que alguien lo leyese. Pero por desgracia eso no es posible, así que, para minimizar los daños, lo publicaré en un blog (en lugar de una revista) y en agosto (cuando mucha gente está de vacaciones y no se molesta en mirar en mis blogs, ni en las redes sociales, ni en ningún sitio). Es una solución deficiente, lo sé, aunque mejor una solución deficiente que ninguna solución. Hace muchos años que vivo en una permanente guerra civil. Mi “yo escritor” está luchando a muerte contra mi “yo persona”. Mi “yo escritor” es estúpido y arrogante, pero va ganando la guerra. Aunque al final esta guerra no la ganará nadie (por mucho que mi “yo escritor” ya empiece a cantar victoria). El único final posible es la destrucción de los dos ejércitos, el ejército de mi “yo escritor”, con todas sus armas tan terribles, y el ejército de mi “yo persona” con sus venenos ocultos y mortales. 


Retrocedo un poco, hasta febrero del 23. Ese mes y ese año (que me parece tan lejano…) se publica “Vida de parado”. En apariencia es una gran victoria para mi “yo escritor”. Lo que no sabe el pobre idiota es que mi “yo persona” ha saboteado (y va a seguir saboteando) el libro. El resultado: es un libro corto, con muy pocas páginas (deliberadamente, mi “yo persona” ha hecho un gran trabajo de rapiña), y es un libro que leerá muy poca gente (otra vez aquí mi “yo persona” hará todo lo posible para que el libro no sea conocido, para que no llegue a eso que se llama “el público”). Yo, como espectador horrorizado de esta batalla tan cruel, no puedo hacer nada. Estoy en los dos bandos y estoy contra el otro bando siempre, sea quien sea el que ataca o se defiende en ese momento. Sufro todas las heridas, mi orgullo y mi esperanza siempre acaban pateadas por el suelo. Mi “yo escritor” se defiende: “Eso que escribes es importante, te ayudó a ti mientras lo escribías y le ayudará a otras personas que lo lean”. Mi “yo persona” ataca: “No seas tonto, lo haces en el fondo por puro narcisismo, como siempre, no te justifiques con mentiras que a mí no me engañas”. Es un golpe muy bueno, va directo al centro de mando. Pero hay que acabar el ataque, hundir al enemigo para siempre: “Además, aunque tú creas que esto es bueno, ¿cómo sabes que realmente es bueno?, y aunque tú, sinceramente (es un suponer), pienses que lo que escribes es útil para la humanidad, la realidad es que a la humanidad le importa un pito lo que escribes, de hecho, si te mueres hoy nadie te echará de menos (como escritor), nadie se lamentará por los libros que ya no vas a escribir, son totalmente prescindibles, como todos los que ya has escrito”. Hay que reconocer que el “yo persona” es un cabrón miserable. Y cuando más vencido parece, más fuerte golpea.


En fin, después de que se publicara el libro, me alegró y me entristeció mucho saber que se vendía tan poco. Era evidente que se iba a vender poco, cuando yo mismo iba diciendo a mis amigos que no se lo leyeran. Sí, eso, que NO se lo leyeran. Y desde luego, me horrorizaba enormemente que el libro estuviera al alcance de cualquier desconocido, que se vendiera públicamente (caprichos de los editores que se empeñan en vender los libros que editan…). Si pudiera haría pasar un examen a los posibles compradores. Y ya digo que sería un examen muy difícil, que pasaría muy poca gente. No puedo hacerlo, por desgracia, una vez el libro ya está publicado, es imposible saber qué va a pasar con él. Un amigo me preguntó: “¿Y entonces para qué lo has publicado?”. Como era un buen amigo podía contestarle la verdad. Si tú tienes un muerto en el salón de tu casa (un muerto que has matado tú), qué vas a hacer con él? ¿esconderlo, no? ¿enterrarlo y ocultar el crimen, verdad?”. Por eso acepté, después de muchos años de lucha, que mi “yo escritor” se saliera con la suya. Publicar el libro era la manera de olvidarme del libro, de esconder el libro, de enterrar el libro. Esas palabras se quedarían ahí encerradas para siempre, y yo las pondría al fondo de un armario, donde no pudieran envenenar el aire y trasmitir su enfermedad contagiosa. Mi “yo escritor” cayó en la trampa. Tengo que decirlo, ahí no fui neutral, me puse del lado de mi “yo persona”, a pesar de saber que, de cualquier modo, ya lo he dicho, también sufriría la horrible derrota final de mi “yo escritor”. Y curiosamente, no sé como lo hace, mi “yo escritor” se ha empeñado en seguir escribiendo. Por lo visto no se entera de nada, y por tanto no escarmenta nunca.


Un ejemplo de lo que digo es esto que estoy escribiendo ahora. Mi “yo escritor” vuelve a la carga… sabe que en “Vida de parado” se quedaron muchas cosas por decir. De hecho, me recuerda constantemente esa frase que puse al principio: “voy a contar lo que pueda contar”. Es decir, no voy a contarlo todo, solo voy a contar lo que EN ESE MOMENTO PUEDO CONTAR, que es una parte importante de la historia, pero no es ni mucho menos toda la historia. Y ahí empieza la ofensiva de mi “yo escritor”… Intenta convencerme de que ya ha llegado el momento de añadir lo que falta, lo que en su momento no quise o no pude contar. Mi “yo persona” protesta enérgicamente. Lanza un montón de alegaciones: “es muy íntimo, es demasiado personal, es secundario, no interesa a nadie”. Todo eso que ya sabemos que va a decir, todo eso que hace sonreír cínicamente a mi “yo escritor”, que es cabezón como él solo. Después de pensarlo mucho, voy a hacer caso a mi “yo escritor”. Es verdad que el muerto ya no está en el salón, y que parece que he escapado de mi castigo, o al menos no tengo constancia de que nadie me haya descubierto y denunciado. Pese a todo, aún quedan huellas del crimen. Y esas huellas hay que borrarlas…


PUNTO UNO.


Cada vez que alguien se suicida porque le van a quitar el piso, pienso en contar lo que me dijo una vez una directora de un banco. Nunca lo he hecho hasta ahora. Leo los comentarios que hay en twitter, y me muerdo la lengua. Veo las noticias de la tele y me muerdo la lengua. Me muerdo tanto la lengua que me hago sangre… Casi nadie tiene ni idea, porque casi nadie ha pasado por ahí. Y si no pasas por ahí, es inútil que digas nada. Como lo sé, me callo de decir lo que pienso. No grito que esas personas se han suicidado precisamente porque ya estaban muertas. Sí, eso: Ya estaban muertas. Para la sociedad ya estaban muertas, para el banco que les va a quitar la casa ya estaban muertas, para los políticos a los que votaron, para sus amigos y su familia (si es que les quedaban amigos o familia) ya estaban muertas. De manera que su muerte física es un simple gesto final que culmina su muerte social, porque ya están fuera de la sociedad, porque o tienes un valor (por ejemplo: pagar impuestos, poder trabajar y poder gastar el dinero que ganas), o te quitan lo único que te queda de valor: el sitio donde vives. En este mundo a los individuos no productivos se les expulsa y se les deja morir de una manera o de otra. A veces no hay que hacer nada: ellos mismos, educadamente, se quitan de en medio. No es grave, de hecho no tiene ninguna importancia. Peor sería que les diera por robar un banco o algo peor. Así se acaba el problema. Un entierro (lo más barato posible) y pasamos a otra cosa, que hay que ocuparse de que todo siga funcionando correctamente.


Yo he sentido eso, he sentido que mi vida no importaba nada, que si moría de repente el mundo seguiría a lo suyo sin el menor contratiempo. Evidentemente esto es lo que pasa siempre, por muy ególatra que sea uno mismo, pero una cosa es que pase cuando te mueras y otra cosa muy distinta es tener esa horrible sensación (esa horrible lucidez) en vida. De hecho, y ya lo conté en “Vida de parado”, como con la hipoteca tenía un seguro de vida se daba la paradoja que vivo yo no podía pagar el piso, pero si tenía un accidente, el seguro se encargaba de pagar la hipoteca y mi mujer y mis hijos conservaban su casa. Eso me hizo pensar en… Nota: en ese momento uno se siente muy culpable. Uno siente que es él quien ha fracasado. Todo eso lo conté, más o menos como pude, en “Vida de parado”. Pero lo que no escribí fue lo que me dijo la directora del banco, de mi banco, de mi banco de toda la vida, cuando por fin se ejecutó la “dación en pago” (es decir, cuando el piso se lo quedó el banco) y a cambio se me perdonó toda la deuda que debía (bueno, toda no, Hacienda quería su parte, de eso ya hablaré luego…). Entonces, en la oficina del banco, con todos los papeles firmados, con la llave de mi casa en manos de una persona desconocida (el representante del banco, alguien a quien solo vi una vez en el notario y a quien nunca más iba a tener que volver a ver), le dije a la directora algo así como. “Pues al final ha sido más fácil de lo que pensaba”. Me refería a todo el proceso por el que el banco se quedó el piso, un proceso que tuvo una parte de intriga, como todo buen misterio, porque aunque había venido un tasador a ver el piso, yo no sabía si el banco iba a aceptar el trato o no lo iba a aceptar, y si lo aceptaba, en qué condiciones lo haría. En realidad de “fácil” no había tenido nada. Habían sido muchos meses muy jodidos, de los más jodidos de mi vida. Pero una vez se llegó al último capítulo, al desenlace, la historia avanzó muy deprisa. Me llamaron del banco. Me dijeron que había trato. Hablamos con la inmobiliaria (siempre hay una inmobiliaria metida en el ajo), fuimos al notario el día acordado… Y luego, bueno, luego quedaban algunos trámites y alguna sorpresa desagradable, pero entonces eso me parecía poca cosa, una pequeña molestia después de una operación a vida o muerte.


Conclusión, que esto es largo y quiero contarlo todo… Al oír mis palabras, fruto de la alegría que sentía por haberle librado de mi hipoteca (es decir, de esa soga al cuello), una alegría absurda (había perdido mi casa) pero que la mujer de la inmobiliaria me confesó que comprendía muy bien (“Hay gente que casi se pone a bailar al salir del notario”, me dijo), la directora del banco, que supongo que ya estaba hasta los ovarios de todo y no tenía ganas de seguir disimulando (poco después desapareció, no sé si se lo dejó o la enviaron a otro sitio) me contestó:


“ ES QUE NO ES LO MISMO VOSOTROS QUE SOÍS JÓVENES Y TENÉIS UNA MALA RACHA, PERO LUEGO OS RECUPERÁIS Y OS PODÉIS VOLVER A ENDEUDAR QUE UNOS POBRES ABUELITOS QUE YA NO VAN A HACER NADA EN LA VIDA”.


Ciertamente, agradecí mucho su sinceridad. A mí mujer y a mí nos perdonaban la deuda porque aún teníamos un valor para ellos: en el futuro nos podrían endosar otro préstamo, o cobrar comisiones por tener la cuenta y coger un buen pellizco de nuestra futura nómina, o lo que fuera. Pero les resultábamos útiles estando vivos. Mientras que esos pobres abuelitos pues… ¿Qué podían dar al banco? Y lo cierto es que tenían razón… Ahora tengo un buen trabajo, y tengo mi nómina… En mi banco de toda la vida.


PUNTO DOS.

Hacienda. Hacienda somos todos. Sí. Yo nunca he tenido problemas en pagar mis impuestos. Cuando tenía un buen trabajo, pagaba mi parte. Cuando me quedé en el paro, cobré lo que me tocaba. Cuando mi hijo mayor se puso enfermo, en el hospital le hicieron todas las pruebas que había que hacerle y no pagamos un euro. Y en ese momento los dos, mi mujer y yo, estábamos en el paro. Y acabábamos de perder nuestra casa. Y si vivíamos en algún sitio, era gracias a nuestras familias. Y mi hermano también tenía graves problemas económicos, porque con la crisis había perdido su empresa, y mis dos cuñados estaban también en el paro, y… Bueno, cuando las cosas te van bien no sueles pensar que un día las cosas te pueden ir mal. Pero cuando las cosas te van mal te das cuenta que es una suerte, dentro de lo malo, tener una familia que te ayude y tener un Estado que, pese a todo, no te dejará (al menos en principio) morirte de hambre. Hay mucha gente que por lo visto piensa que las cosas SIEMPRE le van a ir bien, y por eso le fastidia tener que pagar DE SU BOLSILLO una “ayudita” a un vago que no quiere trabajar… A esa gente le digo que yo mandé mil curriculums (o currículos, o cómo se diga), y luego mil más, y luego mil más, y desde luego, ni siquiera eran de lo mío, sino de cualquier cosa de la que se pudiera trabajar (aunque no voy a hablar aquí de eso, que para eso ya lo conté en “Vida de parado”). Ahora lo que quiero contar es lo de Hacienda. 


Y lo quiero contar porque en “Vida de parado” no lo conté todo. No tuve la fuerza de hacerlo. Era un tema demasiado largo, confuso, doloroso, y ya tenía bastante con contar todo lo demás… Bueno, la cosa es que para hacienda yo no había perdido mi piso, sino que se lo había “venido” al banco. “¿Cómo que vendido?”, nos preguntábamos mi mujer y yo. “Dación en pago”, “Dación en pago”. Repetíamos. No nos quitábamos esas palabras de la cabeza. No queríamos pensar cuando dinero habíamos perdido. No queríamos pensar lo que nos había costado el piso, lo que nos habían costado los muebles, lo que nos había costado pagar todos los gastos durante los años que habíamos tenido el piso… No queríamos pensar en que tal vez nunca podríamos volver a comprarnos otro piso (y era muestra “primera vivienda” en todos los sentidos, la primera casa de nuestros hijos, que en su corta vida, tres años el mayor, uno el pequeño, ni siquiera iban a tener recuerdos de aquel sitio, y mejor, porque mi mujer y yo no queríamos pasar ni por esa calle, ni siquiera por ese pueblo…). Pero para Hacienda lo que había pasado era una venta y por tanto había que pagar el impuesto de la Plusvalía. “¿Qué plusvalía?”, nos preguntábamos mi mujer y yo. No hay ninguna plusvalía, no hemos ganado nada, hemos perdido TODO. Pero Hacienda tenía otra opinión sobre el tema.


Me resigné a pagar lo que me tocara. No podía hacer otra cosa. Dejé nuestros datos en la oficina correspondiente. LOS NUEVOS DATOS, porque la dirección actual ya no valía. Ahí no iba a vivir nunca más. Dejé la dirección del piso de mis padres en Valencia, a más de 100 kilómetros de allí. Mi mujer no quería volver a ese pueblo nunca más. Quería olvidarlo todo. Pero irnos no iba a ser tan fácil…


Meses después me llegó una carta oficial. Me decían lo que tenía que pagar. La carta iba a mi nombre pero no le di importancia. Supuse que me lo enviaban a mi nombre porque en la oficina de la administración correspondiente había dejado mi dirección, pero supuse que la plusvalía solo se pagaba una vez y se pagaba por vivienda, no por persona. Es decir, que yo tenía que pagar una parte de la plusvalía y mi mujer tenía que pagar otra parte. ¿Y eso porqué? ¿No era un impuesto sobre el valor del piso? Pues resultó que no, resultó que sin saberlo, solo estaba pagando mi parte, pero no la parte de mi mujer. Era poco dinero (evidentemente, no habíamos ganado nada con la “compraventa”, y aún así era totalmente injusto). Lo pagué y me olvidé. 


Y meses después mi mujer vio que en la cuenta de su banco figuraba el pago de una multa de Hacienda… ¡¡Una multa de Hacienda!! ¿De qué? Como tenía dinero para pagar esa multa, por suerte no era mucho, le habían quitado el dinero sin decir nada. ¡Sin decir nada! No, qué va, la administración no haría eso nunca. La administración siempre te avisa… Sí, claro, por supuesto que avisó… Le llegó una carta al piso que tenía el banco, donde evidentemente ya no vivíamos, donde yo había dejado claro que ya no vivíamos. Y luego le llegó otra carta al mismo buzón, a más de cien kilómetros de Valencia, a un piso vacío que era propiedad de un banco… ¿Cómo podía ser? Si yo había dejado nuestros datos en la oficina correspondiente. Si a mí la carta de Hacienda me había llegado bien… Estaba confundido, pero sobre todo estaba muy cabreado. Para empezar no me habían dicho que la plusvalía había que pagarla en dos partes, yo mi parte del piso (la mitad) y mi mujer la suya. Para continuar no habían comprobado que mi mujer ya no vivía en esa dirección (lo cual era evidente porque el piso se lo había quedado el banco, y ese dato era el primer dato que me habían pedido, es decir, una fotocopia del documento de “dación en pago”). No se habían molestado en pensar porqué yo había pagado mi parte y mi mujer no. No se habían molestado en pensar que los dos, como matrimonio, vivíamos en la dirección de Valencia (casa de mis padres) que yo les había dado. Pero sí se molestaron en buscar los datos del banco de mi mujer, cosa que curiosamente, yo no les había dado. Eso sí que lo hicieron, y lo hicieron muy bien, porque a los evasores fiscales hay que buscarlos bien y no dejar que se salgan con la suya, faltaría más. Por supuesto, si se hubiera dado la casualidad de que mi mujer no tuviera suficiente dinero en esa cuenta del banco (por suerte, lo repito, la cantidad, como no podía ser de otra manera, era pequeña, aunque con la multa subió el tanto por cien correspondiente), entonces automáticamente hubiera entrado en la lista de morosos, sin que nosotros nos hubiéramos enterado de nada. Eso me recordó que la administración es por naturaleza inhumana. La máquina se pone en marcha y va aplastando lo que pilla, porque ese es su trabajo. De igual si tú quieres hacer bien las cosas (nosotros en ningún momento nos planteamos no pagar lo que nos tocara pagar, aunque lo considerábamos totalmente injusto). Nosotros no queríamos más problemas. Pero da igual, si la máquina te pilla mala suerte. Nadie te va a ayudar. Todos mirarán para otro lado. O se aprovecharán de ti, como pasó con el garaje, pero eso es otra historia, demasiado dolorosa para contarla aún…



https://www.jotdown.es/2023/02/vida-de-parado-cronica-de-lo-que-no-se-conto-y-nacimiento-de-un-escritor/







lunes, 29 de abril de 2024

 







MI VENECIA


(...)

San Pablo cayó del caballo y se convirtió en un apóstol. Yo tuve bastante con convertirme en un devoto. Mi religión: el arte barroco italiano. El culpable: un arquitecto llamado Baltasar Longhena.

No sé cuantas fuentes hay en Venecia. La que yo encontré resultó estar delante de la iglesia de Santa María de la Salud. Lo que pasaba es que la iglesia yo no podía verla porque estaba envuelta en la niebla. Pero justo mientras yo bebía la niebla empezó a disiparse. Apareció una gran cúpula, luego la niebla se retiró hasta el agua y pude ver su portada, su escalinata, sus enormes volutas. En unos segundos pasé del estupor a la admiración más absoluta. Yo conocía esa obra. La había estudiado en COU, en Historia del Arte. Y la había vuelto a estudiar ese mismo curso en la facultad, donde una aburrida profesora iba pasando una diapositiva tras otra. Pese a todo, me costó unos segundos reconocer la iglesia. Aquello no era una fría fotografía en un libro de texto, aquello era un edificio gigantesco, magnífico, terriblemente bello. Y por supuesto no era sólo el lugar, sino también el momento. Al amanecer, cuando la niebla se retiró y los primeros rayos de sol iluminaron el mármol blanco, cuando al color anaranjado y rosado del cielo se le unió el verde y azul oscuro de las aguas del Gran Canal. Fue la casualidad lo que me llevó a contemplar ese espectáculo. Pero sé que esa será una de las imágenes que no faltarán, si las cosas suceden como las cuentan, cuando mi mente rebobine a toda velocidad la película de mi vida segundos antes de la muerte.

(...)



LEER TEXTO COMPLETO AQUÍ:


https://www.fronterad.com/mi-venecia/








lunes, 26 de febrero de 2024

 









El jueves a las cuatro de la tarde una de las profesoras de mis hijos estaba reunida con sus compañeros en una evaluación “online”. Las evaluaciones pueden ser “online” o presenciales, depende del instituto, como los claustros. Incluso, dentro del mismo instituto, a veces haces la reunión “online” y otras veces presencial en el mismo curso. El jueves por la tarde, a las cuatro de la tarde, esta profesora estaba confirmando (o cambiando), la nota de sus alumnos. Normalmente las segundas evaluaciones se hacen más tarde, en marzo, pero en el caso de segundo de bachillerato, como el curso es muy corto, en algunos institutos adelantan la evaluación. No sé que dijo o que no dijo, no sé si la reunión se alargó mucho o no, pero a las cinco y media de la tarde esa profesora había acabado la evaluación. 

Yo siempre prefiero las evaluaciones “online”. Si llegas al instituto a las ocho de la mañana y tu horario de ese día es hasta las dos de la tarde, te puedes ir a casa a comer. Generalmente el instituto está lejos de tu casa, pocos son los afortunados que lo tienen cerca. Por ejemplo: el año pasado yo tenía mi instituto en Sagunto. Según el día (y el tráfico) podría tardar una hora en llegar. No es lo mismo acabar tus clases y volver a casa, comer tranquilamente, ponerte un chándal o un pijama, ver un poco la tele en el sofá y luego conectar tu ordenador a la hora que te toca tu evaluación, que estar en el instituto dando vueltas hasta las nueve de la noche (que hay días que no acabas antes), y luego aún tener que conducir un buen rato hasta casa. Trabajas lo mismo, porque las evaluaciones se hacen igual, pero te cansas menos, y eso, si se repite varios días, que es lo que suele pasar, hace que llegues al viernes con más energía para dar tus clases. El año pasado, volviendo al ejemplo anterior, las semanas que me tocaba evaluación se hacían muy largas y pesadas. Por eso yo prefiero, si me dan a elegir (no pasa nunca, lo decide Dirección), siempre las “online”.

Mientras escribo esto veo en la tele que “los reyes están a punto de llegar a la zona cero” No hace falta que me expliquen a qué “zona cero” se refieren. Agradezco su gesto, como el de todos los políticos (bueno, el de todos no, pero ahora no voy a hablar de eso), pero por mí se pueden ir tranquilamente a su casa. Creo que esta mañana estaban en Barcelona, en un congreso. Estarán cansados, no hace falta que vengan a hacerse una foto delante de la finca. Eso no va a cambiar nada. Con un comunicado lamentando lo sucedido es suficiente. Sí, es parte de su trabajo, lo sé. Pero a mí no me hace falta saberlo. ¿En qué me ayuda verlos ahí plantados? Y además siempre rodeados de políticos que aprovechan para hacerse otra foto. Sí, al final lo que queda es la foto. Siempre la foto. Ninguna foto va a servir para nada.


Las notas de mi hijo mayor ya se pueden ver en la web de la Generalitat. Esa profesora que estaba reunida telemáticamente el jueves por la tarde con sus compañeros de instituto, una hora después, cuando mi mujer me envió esta foto, ya estaba muerta. Estaba muerta en su casa. Los padres que ven las notas de sus hijos, saben, todos saben, el dirección envió un comunicado, que una de esas notas la puso una profesora que un rato después tuvo una muerte horrible. Una muerte espantosa, en su propia casa. Repito: en un sitio en teoría es “seguro”. Uno no piensa que su casa se va a quemar. Pero menos aún piensas que TODO EL EDIFICIO se va a quemar. Y se va a quemar tan rápido, con tan poco tiempo para escapar.

No quiero saber los detalles. Cuando mi mujer me pasó la foto no me lo podía creer. Ella ha vivido en esa calle, justo al otro lado de la rotonda, hasta que se casó. Allí vive todavía su madre. Mientras los tertulianos comentan otra vez (¡otra vez más!) cuál fue la posible causa del incendio, y de paso me informan de que el rey “lleva una corbata negra” y que la gente le está aplaudiendo (¿aplaudiendo por qué, por mostrar solidaridad?), pienso que cómo será volver a pasar por ahí, cuando vayamos el sábado a comer a casa de su madre, con mi mujer y mis hijos. 

Yo he visto construir esa finca. Eso era huerta. De novios, mi mujer y yo sacábamos a pasear a su perro por estas huertas. Era un barrio muy tranquilo. Luego llegaron los yonquis. Los enviaban ahí para que los dueños las casas de la huerta, que no querían vender, se tuvieran que ir a otro sitio. Era una estrategia totalmente mafiosa. No me lo tienen que contar. Yo lo he sufrido. Mi mujer salía de madrugada a trabajar, siempre con miedo. Conozco gente que sufrió atracos. En la misma puerta de su casa. Esto es algo que no se ha comentado estos días, sólo lo he visto en una revista. También se cita a Chirbes, que por cierto, vivía en la misma finca que los padres de mi mujer (aunque en otro patio, porque es finca muy grande), es decir: sabía perfectamente lo que estaba pasando.

De repente, sorprendemente, desaparecieron los camellos (y la larga fila de yonquis, y no, eso no es una metáfora), se arrasó la huerta y se hicieron grandes avenidas y enormes edificios, muy bonitos pero muy caros, con pisos pequeños pero con piscina. Conozco gente que viven en ellos. El médico de mi mujer tenía allí su consulta, varios amigos nuestros vivieron alquilados, dos incluso se pudieron comprar un piso (atándose a una hipoteca para toda la vida, pero ya se sabe, “los pisos siempre valen más”, y además los alquileres también son caros). Eran bastante laberínticos. Un pasillo, una puerta, otro pasillo, otra puerta. Todo muy basto, con el hormigón a lo bruto. Luego, una vez dentro, habitaciones estrechas y demasiado “racionales”, poco acogedoras. Eso sí, con jardín, con piscina. La piscina nos venía muy bien para llevar a los niños en verano.

El rey está saludando a todo el mundo. Le dedica una frase a todo el mundo. Lo hace bien. Es su trabajo. Hay otros políticos que no pintaban nada aquí (oficialmente, digo) y que han venido a hacerse la foto. ¿Y luego qué? ¿Y dentro de una semana qué? ¿Y dentro de un mes qué? Mi mujer me decía el otro día que no quería pasar por ahí cuando fuera a ver a su madre. No le he dicho, no sé si lo sabe, que hay gente que va a hacerse un “Selfie” delante del edificio. Supongo que si fuera su edificio, o el de sus padres, o el de su novio, o el de su hermano o hermana, no iría a hacerse un “Selfie”. Supongo…

Los niños ya son mayores, no vamos al parque que está justo delante del edificio (de hecho, si busco en mi ordenador, seguro que tengo fotos de los niños jugando con sus primas o otros niños del barrio y con este edificio detrás. Entre el parque y el edificio había una vieja casa ya deshabitada. Una de las pocas casas de la huerta que no acabaron demolidas. Cuando íbamos al parque, nos encontrábamos con otros niños que venían de ese edificio (y de los otros, los de los edificios nuevos y los de los “viejos”, que durante muchos años fueron el final de la ciudad), nos encontrábamos y hablábamos un poco mientras los niños jugaban. Cuando vi la foto no me lo podía creer. No podía ser cierto. Un edificio nuevo, repito, un edificio NUEVO, y un edificio tan caro, porque era muy caro, no se podía quemar así. Uno supone que tendrá los últimos adelantos en materia de seguridad. Uno supone… 

Siempre es lo mismo: incredulidad, luego rabia, siempre dolor, y por último un olvido “aparente”. No puedes estar todo el día pensando en ello. Como los muertos del Alvia. Cada año nos vuelven a poner la imagen del tren descarrilando y piensas “pobre gente”, pero ya te habías olvidado (“aparentemente”, digo, porque en realidad nunca olvidas). Supongo que nos acostumbraremos a pasar por delante del edificio quemado. Supongo que algún día harán algo con ese edificio, porque el suelo es muy caro en esa zona. Supongo que otros desastres, otros accidentes, otras guerras, otros terremotos o lo que sea, ocuparán muy pronto los telediarios y los periódicos. Yo seguiré pensando en esa profesora. Ni siquiera sabía que vivía ahí. Ni la conocía, porque no conozco a todos los profesores de mis hijos. Alguien la sustituirá. A mi hijo pequeño no ha llegado a ponerle la nota. Yo, como profesor, pienso muchas veces qué dirán mis alumnos si un día me pasa algo y desaparezco de su vida de repente. ¿Dirán que “era un buen profesor”? ¿Se preocuparán o les dará lo mismo? Algunos alumnos no tienen ningún afecto a los profesores, simplemente por el hecho de ser profesores. El director del instituto de mis hijos, en el email donde comunicada a los padres lo sucedido, añadió algo:

En algunos otros casos, que espero que no sean demasiados, las familias debéis estar pendientes del uso que hagan vuestros hijos del móvil y de las redes sociales, pues en estos casos las noticias y los comentarios corren por la red con demasiada velocidad, y hay gente que aprovecha para recrearse en el morbo o incluso para hacer comentarios inapropiados.

Para mí, como director, es muy duro no poder escribir solo sobre el dolor que siento, y tener que estar recordándoos esto. Por eso, os pido disculpas por tener que mezclar estos dos mensajes, pero es mi obligación recordaros que en general es delito difamar o dañar la imagen de alguien a través de la red, y que la gravedad es extrema en un caso como este. El centro, desde luego, no dudará en emprender acciones legales contra quien lo haga.”


Es terrible. Pero es cierto. Eso pasa. ¿Pero cuántos padres controlan eficazmente el móvil de sus hijos?
No sé quién ha hecho esta foto del incendio. Se la pasó mi cuñada a mi mujer. Lo repito: la miro y no me lo puedo creer. Y la seguiré mirando y seguiré sin poderlo creer. Mi mujer se enteró del incendio cuando estaba trabajando. Lo dijeron en la radio y se asustó, porque sólo dijeron que era una finca de la calle donde vive su madre. No daban más detalles. Inmediatamente llamó a su madre, que vive sola y a veces no coge el teléfono. Por suerte esta vez contestó en seguida. Pero no se había enterado. Lo tenía al otro lado de la rotonda pero no se había enterado. Por supuesto que había escuchado a los bomberos, pero como tiene un parque de bomberos justo al lado, está acostumbrada a escuchar las alarmas, cada vez que sale algún camión hacia alguna parte. Eso es algo que no he escuchado en ningún programa: en este caso los bomberos no tardaron nada en llegar. Estaban al lado. Si hubiera sido una finca más lejana, y por cierto, si no hubiera tenido portero (que pocas tienen), el número de muertos sería mayor. No, no digo que sean pocos. Diez es insoportable. Incluso un muerto sería insoportable. Cuando mi mujer me pasó esa foto se hablaba de heridos, pero era evidente que o sucedía un milagro, o las noticias iban a ir a peor. Y fueron a peor. No entiendo cómo se puede criticar a los bomberos. Nadie imaginaba que ese edificio, tan nuevo, tan caro, iba a quemarse tan rápido. Pero esto no es una excusa: hay una cosa que se llama “evaluación de riesgos”, hay unas personas que se dedican a eso, a ver qué puede fallar, qué puede ir mal, a hacer que las cosas sean más seguras. Tengo un amigo que trabajaba precisamente en eso, es ingeniero y hacía controles de calidad. También había trabajado en obra pública, hasta que se cansó de discutir con su jefe. "Si tenía que poner diez centímetros de arena, mi jefe me decía: pon cinco". Y así con todo. No siempre se hacen las cosas como se deberían hacer. Otra amiga mía, arquitecta, acabó trabajando en el extranjero. La ley está muy bien, pero luego hay que cumplirla. Incluso, a veces, muchas veces, la ley llega tarde. Ahora los políticos salen en la tele diciendo que “se van a tomar medidas”, que van a haber cambios en la legislación, que se van a revisar los edificios que son parecidos al que se quemó, cosas así, y está muy bien, está estupendo que se haga algo, pero eso, estos señores políticos, tan orgullosos y seguros de que lo van a hacer todo bien (“ahora”, no antes), esos grandes proyectos y brillantes ideas para el futuro, se las pueden explicar a los muertos. Seguro que los muertos se alegran mucho de saberlo.





sábado, 14 de octubre de 2023

 







POEMA SOLIDARIO



Que la guerra esté lejos.

Habrá guerra, siempre hay guerra, pero

que esté lejos,

que le pase a otra gente, pobre gente

que no conocemos.


Que las desgracias tuerzan la esquina

sin fijarse en mí.

Que bajen por otras calles,

que se lancen sobre otros, pobres gentes

que no conocemos.

Siempre habrá desgracias

pero que lleguen tarde, 

o mejor, que se pierdan por el camino.



No puedo hacer nada.

Un donativo, gritar en la calle, pintar

una pared, llevar

una pancarta… 

Nada. 

Una gota de agua

en un lago seco.

Nada de nada.




Maldigo al hombre.

Lo maldigo mil veces.

Soy hombre, me maldigo cada día

y no puedo hacer nada,

Unas palabras, un abrazo, nada para devolver

los golpes de la vida.

¿Devolver los golpes?

Si ni siquiera puedo verlos venir…



Rezo. Cada día rezo

para que la guerra esté lejos,

para que su humo avance en otra dirección.

Para que las desgracias talen otros árboles

aunque ya casi no quedan árboles

y mi casa está demasiado expuesta,

una casa solitaria, sin árboles

que la escondan.





HORÓSCOPO



Los que piden la paz

morirán.

Los que piden la guerra

morirán.

Los que odian hasta su sombra

morirán.

Los que no saben odiar

(aunque lo intenten)

morirán.

Los que creen en las palabras

morirán.

Los que creen que la tierra es santa

y hay que regarla con sangre

morirán.

Los que creen que ninguna tierra es santa

y que la sangre no debe ser derramada

morirán.

Los que se drogan con discursos,

se emborrachan de banderas,

se duermen entre balas y puñales

morirán.

Morirán en sus camas, morirán

en las calles, salvajemente

cruelmente.

Antes de que acabe el día, antes de que llegue

otra noche sin luz

morirán.

Los felices, los infelices, los afortunados, los tristes

y los contentos, 

los satisfechos y los tranquilos

 morirán,

morirán por cualquier cosa,

morirán por nada,

morirán.








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miércoles, 30 de agosto de 2023




 




 

MEMORIA PROVISIONAL: VIAJES Y TRENES. 




Ahora que acaba este verano tan extraño y duro (aunque por suerte no tanto como para ser insoportable), he dedicado 5 minutos a mirar hacia detrás para ver todo lo que llevamos andado. Parece mucho, y supongo que lo será. Aunque uno siempre piensa en lo que le falta por andar, que aún es mucho también. Pero la impaciencia es inútil, no soluciona nada. Mejor tomarse las cosas como vienen...











VIAJES EN TREN Y OTROS VICIOS INCONFESABLES

(2020-2023, viajes publicados en libros y revistas)



1. Viajes en tren:


-Valencia-Cuenca-Madrid

-Valencia-Alcázar de San-Mérida

-Mérida-Cáceres-Madrid

-Madrid-Ávila-León-Gijón

-León-Bilbao-Madrid

-Madrid-Soria

-Madrid-Burgos-Miranda de Ebro

-Valencia-Barcelona

-Barcelona-Puigcerdà.

-Barcelona-Gerona-Portbou

-Barcelona-Monasterio de Montserrat

-Barcelona-Igualada

-Tarragona-Lérida

-Lérida-La Pobla de Segur

-Lérida-Zaragoza

-Lérida-Barcelona

-Zaragoza-Canfranc

-Zaragoza-Valencia

-Zaragoza-Tarragona

-Madrid-Zaragoza

-Valencia-Alcoy

-Valencia-Alicante-Murcia-Águilas

-Zaragoza-Logroño-Bilbao

-Zaragoza-Pamplona-Vitoria-Miranda de Ebro

-Zaragoza-San Sebastián

-Alcázar de San Juan-Jaén

-Jaén-Córdoba-Sevilla

-Sevilla-Valencia

-Madrid-Santander

-Oviedo-Llanes

-Valladolid-Zamora

-Zamora-Madrid

-Alicante-Benidorm-Denia

-Zaragoza-Salamanca-Ávila

-Murcia-Cartagena-Los Nietos

-Oviedo-Pola de Laviana



2. Vías verdes y ferrocarriles abandonados


-Gandía-Alcoy-Villena-Jumilla-Cieza

-Cierza-Calasparra-Hellín

-Zaragoza-Utrillas

-Alcoy-Alicante

-Albacete-Baeza

-Albacete-Utiel

-Teruel-Alcañiz-Tortosa

-Valladolid-Ariza

-Palencia-Medina de Rioseco-Villada-Palanquinos 

-Teruel-Calatayud-Soria-Burgos-Santander

-Zaragoza-Soria

-Gerona-Olot-San Joan de les Abadesses

-Madrid-Ciudad Real

-Madrid-Segovia-Medina del Campo

-Plasencia-Salamanca

-Salamanca-La Fegeneda

-Zamora-León

-Oviedo-Proaza

-Tudela-Tarazona

-Gallur-Sádaba

-Madrid-Aranda de Duero-Lerma






















Nota: Como he dicho arriba, aquí sólo cuento los viajes que he contado por escrito y cuyas páginas han sido publicadas. Los viajes de los que aún no he escrito nada o no he publicado nada no los cuento, aunque existen y sé que algún día tendré que ocuparme de ellos. Pero no se puede vaciar un embalse en un día y menos si no para de llover... Ahora tengo que ocuparme de otras cosas. Luego volveremos a las vías... 






miércoles, 9 de agosto de 2023

 



España en Regional: Campos de Castilla (Valladolid-Zamora)

 


16 de julio. Otra vez salimos de Valencia con el Alvia. El mismo que hace dos semanas. Entonces iba hasta Oviedo, ahora me quedaré en Valladolid, para coger luego el Regional a Zamora. Es un Regional que llega hasta Puebla de Sanabria, atravesando lo que antes eran unos paisajes solitarios y boscosos y, después los espantosos incendios del año pasado, siguen igual de solitarios pero inmensamente más tristes, con media Sierra de la Culebra convertida en una desoladora repetición de árboles quemados. Hasta se quemó una estación de tren, la estación de Losacio, que ya estaba abandonada. No es por eso por lo que me quedo en Zamora, porque pese a todo el viaje hasta Puebla de Sanabria tiene grandes atractivos, como el paso por el Viaducto de Martín Gil. Pero en esta ocasión mi plan es coger un taxi desde Zamora (siempre prefiero un taxi a alquilar un coche, porque mientras el taxista conduce yo puedo ir haciendo fotos y porque, por lo general, los taxistas son una fuente de información estupenda, sale más caro, sí, pero la experiencia me dice que la diferencia de precio queda amortizada con el resultado) y dar una vuelta por la antigua “Ruta de la Plata”, en concreto con el tramo que baja desde Benavente.

 

Para eso primero tenemos que llegar bien a Valladolid, con tiempo para cambiar de tren. En teoría tenemos más de dos horas así que espero no tener problemas. Por lo demás el viaje hasta Valladolid tiene dos partes. En Madrid Chamartín no hay que bajar del tren, pero estamos media hora parados. Sube el personal de limpieza, cambia el personal de “a bordo”. Los coches se quedan prácticamente vacíos y suben nuevos pasajeros. Todo esto hace que parezca que hemos cambiado de tren. A mí el viaje hasta Madrid me interesa poco porque ya me lo sé de memoria, así que cojo un libro y me pongo a leer. 

 

Tengo una cámara preparada, siempre a mano (nunca se sabe), pero no tengo prisa por usarla. Sé que luego tendré muchas más oportunidades de hacer buenas fotos. Por eso no me inmuto cuando el día se nubla de pronto. Sacaré un momento la cámara cuando crucemos sobre el embalse de Contreras, haré alguna foto (un gesto casi cotidiano, es un sitio que tengo muy fotografiado, pero siempre impresiona ver esa inmensa masa de agua entre los bosques de pinos, o los altos puentes de la autovía, que pasa muy cerca de la vía del Ave) y luego volveré al libro que he empezado a leer, y que de momento me está gustando lo bastante como para captar toda mi atención. 
Pese a todo, al rato pruebo a poner el hilo musical (antes he mirado un segundo la película, muy mala, y además repetida, bueno, en todo caso no repetida en este tren, pero que ya he visto en otro tren, y lo curioso es que no recuerdo cuándo, así que debió ser hace tiempo) y descubro un canal que no conocía. Es extraño porque me los sé de memoria, el de opera, el de jazz, el de bandas sonoras, a veces uno con música de distintas partes del mundo (me refiero a música que podemos llamar como tradicional o folclórica) y luego ya el canal del audio de la película o documental que estén poniendo. Y punto final. No hay más. Pero este canal nuevo, o desconocido para mí, es un canal cultural, con noticias culturales, con noticias de exposiciones, de libros (reseñas cortas de novelas), de anuncios comentados de festivales de diverso tipo, de ferias de arte, incluso “semanas gastronómicas”, y entre tanto y tanto van poniendo música moderna, canciones muy conocidas de grupos pop nacionales e internacionales, ponen a Sabina, ponen a Mecano, y luego, de repente, se pasan a Coldpay y a U2. Y entre canción y canción, el “boletín literario”, donde escucho comentar El lector de Julio Verne, de Almudena Grandes y una crítica a una adaptación teatral de Cinco horas con Mario, de Delibes. Es entonces, escuchando las noticias culturales, cuando me doy cuenta de que este canal no es actual, me refiero a que todo lo que presentan como novedad (una exposición sobre la “Maleta mexicana”, con fotografías de Capa, de Taro y de Seymour, por ejemplo) en realidad es una exposición que ya no se puede ver en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, porque se desmontó hace un año, o puede que dos. Y pese a todo, aunque esto le resta casi todo el valor a las noticias, me siguen interesando. Quiero ver qué recomiendan a los pasajeros de un tren, tengo curiosidad por ver cómo comentan tal o cual libro, o tal o cual exposición, me sorprende la música que ponen (como cuando rescatan ese fantástico “España camisa blanca de mi esperanza”, cantado por Ana Belén) y, en resumen, me tiene muy entretenido, lo suficiente para olvidarme de observar a mi compañero de asiento, porque en este viaje, desde la misma estación de Valencia, no he tenido la suerte de ir sin compañero de asiento, sino que se ha sentado a mi lado un chaval joven, diría que como mucho de veinte años, si llega, que va con otros dos chavales jóvenes, con pinta de tener su misma edad y de ser extranjeros (detalle que confirmaré cuando se pongan a hablar en inglés). Por fortuna este compañero de asiento se levanta mucho para ir al sitio donde están sus dos amigos, y me deja tranquilo, a mi aire, con espacio de sobra, como me gusta viajar (cuando me lo puedo permitir, claro, y sí, me he hecho cómodo con los años, antes me daban igual estos pequeños inconvenientes).

 

Y en eso llegamos a Madrid, donde mi compañero se baja, y yo salgo al andén a estirar las piernas, porque sé que tengo tiempo de sobra.
En el hilo musical estaban poniendo A Forest, de los Cure. Algo realmente sorprendente. Me he tenido que esperar a que terminara la canción. No pasa nada. No hay ninguna prisa. Puedo andar un buen rato por el andén. Primero vienen los de la limpieza. Luego empezarán a llegar los nuevos pasajeros. Muchos van hasta Valladolid o León. Hace dos semanas seguí hasta Oviedo y pasé por Pajares. ¿La próxima vez que pase será por el túnel? Supongo que sí. Una pena, a mí la rampa de pajares me parece un sitio fantástico, no me importa que el Alvia vaya tan lento como un Regional. Sí, mi opinión no cuenta. Soy un romántico de los trenes…
Me fijo en un trabajador de la limpieza que subió a este mismo tren hace dos semanas. Tiene pinta de “pirata” (pañuelo atado a la cabeza, pendientes, barba…) No es tan extraño. Más sorprendente es encontrarse con una señora que conocí en el Alvia de vuelta de Oviedo, en mi viaje anterior. En aquel momento, hace sólo dos semanas, se iba a Benicassin. Y ahora la vuelvo a ver… ¡¡Qué vuelve de Benicassin!! Viste la misma ropa que la otra vez, un traje fino de color blanco. Sale a fumar al anden. La conocí porque me preguntó “si el tren iba a estar parado mucho rato”, le contesté que “podía fumarse tranquilamente el cigarro”. Pero añadí: “Está prohibido fumar incluso en el andén”. Si bien maticé a continuación que mucha gente lo hacía. Luego hablamos un poco. La señora, evidentemente se puso a fumar tranquilamente. Lo de la prohibición le parecía una tontería. Le digo que la recuerdo de hace dos semanas. Ella no se acuerda de mí, como es lógico. Irá hasta León. Como va en otro coche, ya no hablamos más.

 

Los nuevos pasajeros van ocupando sus asientos. El vagón se llena (sí, ya sé, ya sé, es que me gusta fastidiar a los puristas, yo soy así… Coche… Por cierto, hay gente que pregunta: “¿es este el coche dos? ¡¡Muy bien! Así me gusta, que la gente hable con corrección y seriedad… Sí, es broma…) Me siento y espero escuchando las noticias culturales. Están hablando de ARCO. Imposible saber de qué año. No importa. Están entrevistando a alguien, eso es nuevo, hasta ahora todo eran reseñas y música. Escucho un rato y luego dejo los cascos y me pongo a leer. Un buen rato después, por fin, salimos de Madrid.

 

Tengo mala suerte con las películas. Ponen otra nueva y resulta que también la he visto. Y ésta recuerdo perfectamente cuando porque fue en mi viaje a Oviedo, hace nada. Opto por seguir con el libro y a ratos con el hilo musical. Pasamos Segovia y dentro de poco ya estaremos en Valladolid. De manera que no tengo mucho tiempo para aburrirme. Aunque generalmente no me aburro en los trenes, no hace falta que lo diga…

 

Un rato después ya estoy en el gran vestíbulo de la bonita estación de Valladolid Campo Grande. He pasado por aquí muchas veces, pero siempre la había visto desde la ventana de un tren. Ahora tengo dos horas para conocerla bien. Tengo que decir que me encanta la pasarela elevada que tienen porque puedo hacer buenas fotos (cosa imposible, evidentemente, en los pasos subterráneos). También se agradece que tenga un bar abierto y que me pueda tomar algo mientras hago un poco de tiempo. Lo que no entiendo es el lio que tiene la señora de la megafonía. Es algo que no me había pasado en ningún sitio: estoy en Valladolid Campo Grande y sin embargo no paran de anunciar trenes con destino a Valladolid Campo Grande. ¿Pero cómo puede ser eso? Es imposible. Al momento me fijo en que son trenes que acaban de llegar de alguna parte. Y que tienen el final de trayecto aquí. Pondré un ejemplo: anuncian un Regional que viene de Ávila y que va a entrar por la vía 5 y un minuto después están anunciando la salida de un Regional en la vía 5 con destino a Valladolid Campo Grande. Mi conclusión… la cinta está grabada para otra estación, como por ejemplo la estación de Medina de Campo, pero por alguna razón la están poniendo aquí. Y eso puede ser un poco lioso si tú eres, por ejemplo, un turista despistado, y si eres guiri ya ni te cuento…

 

Mi tren a Zamora ya está en su vía. Es el único tren al día. Sí, el único Regional. La otra opción es ir con el Ave o los Alvia, pero para eso hay que ir hasta Medina del Campo (si el tren para en esta estación) o hasta Segovia, y luego volver hasta Zamora. Basta con mirar un mapa para ver el enorme rodeo que supone eso. Y además con billetes mucho más caros que el del Regional. Por la línea por la que voy a pasar yo dentro de un rato ya sólo circulan dos trenes al día, el Regional que sale de Puebla de Sanabria de  buena mañana y el mismo Regional que vuelve a casa por la tarde. Una pena, porque eso supone automáticamente que estoy en una línea amenazada de cierre, pues es evidente que tiene un tráfico ferroviario raquítico, aunque en realidad no, porque la primera parte del trazado está compartido con los regionales que van a Madrid y paran en Medina del Campo. Allí es donde realmente empieza mi viaje hasta Zamora, porque mi pequeño Regional (son dos vagones) se queda completamente solo. Allí empiezan también las estaciones abandonadas que se usan como apeaderos o donde ni siquiera se detiene el tren. Y además, casi todos los pasajeros, lo comprobaré dentro de hora y media, se bajan en Zamora, como yo. Así que hasta Puebla de Sanabria puedo decir que sólo se atreven a ir unos pocos valientes. Y yo me quedo con ganas de unirme a ellos. Pero tendrá que ser en otra ocasión. No pasa nada, si hay suerte volveremos pronto. 

 

El tren sale a su hora. Saco las cámaras y hago fotos a las estaciones. Es uno de estos Regionales que sirven también como cercanías (“de proximidad”, les llama la liante de la megafonía), en este caso hasta Medina del Campo. Pasamos pueblos perdidos entre bosques de pinos o campos de cereales. Estamos en la meseta y no hay montañas a la vista, como mucho alguna pequeña colina. A veces aparecen otros cultivos, como viñas, pero luego vuelven los cereales. Los pinos desaparecen completamente y después de pasar Nava del Rey cruzamos repentinamente el Duero. Tengo la cámara preparada y hago unas fotos. La pena es que me he pasado por la estación abandonada de Castronuño (el tren no ha parado) sin tiempo para hacerle una foto. Es una estación estupenda (para hacer fotos, se entiende) y me tendré que quedar con las ganas, porque pasado mañana no volveré por aquí, sino que cogeré el Alvia que va directo a Madrid por la vía nueva. En todos los viajes se quedan cosas pendientes, es algo que no se puede remediar, de manera que no le demos más vuelvas al asunto.

 

Vuelvo al libro que estoy leyendo, pero con la cámara a mano, porque dentro de poco llegaremos a Toro y pasaremos una zona en la que el tren circula entre las colinas y el río. Toro es un pueblo muy hermoso, con una iglesia estupenda, con una “cúpula gallonada” de estilo románico que he estudiado en mis libros de Historia del Arte. Pero el pueblo queda arriba de las colinas, y casi no se ve desde el tren.

 

Los pasajeros empiezan a levantarse y deduzco que estamos ya llegando a Zamora. La estación aparece de pronto, sin nada que sirva de señal (por ejemplo: edificios, la ciudad no sé ve por ninguna parte, sólo campos y filas de árboles). Es una estación muy bonita, elegante y amplia, que ahora también sirve para los Aves que van de Madrid hacia Galicia. Hoy me quedo aquí. Mañana será otro día. Un día sin tren pero con estaciones que aún conservan las vías, como las que hay camino de Benavente, hasta llegar a Barcial del Barco. Me detendré allí y luego a la vuelta el taxista, que se conoce la zona, me llevará hasta el viaducto de Marín Gil, que es un puente espectacular. Pero eso ya es otra historia…